Muerte
Muerte en la rectoría es un clásico del género negro que transcurre en una imaginaria ciudad al norte de Londres situada en Oxford y Cambridge, una invención para no levantar suspicacias pero que justamente sitúa el ambiente Oxbridge en el centro de su trama. Umpleby, el rector de la Facultad de San Antonio, es asesinado en la centenaria rectoría con un tiro en la cabeza. Appleby, el detective viaja desde Londres para enfrentarse al mayor reto de sus carrera:
“Ahora estaba al frente de lo que podría ser, intelectualmente hablando, el caso más interesante de su carrera. Se hallaba frente a un grupo de hombres de inteligencia excepcional, cuya cultura era el producto de diversas disciplinas mentales, todas ellas muy serias, hombres formidablemente armados de conocimientos.” (p. 78)
Appleby a pesar de su amplia cultura se sorprende por las peculiaridades del colectivo académico con un humor mordaz.
“¿Sabe usted que estos señores, a su manera, trabajan bastante?” (p. 22)
Especialmente interesantes en la obra son las continuas referencias a la literatura detectivesca clásica. Appleby analiza el caso a través de otros de los libros del género.
“La muerte de Umpleby fue rodeada de mil circunstancias ingeniosas. Se le asesinó en un marco de novela o, mejor dicho, entre una mezcla de novelas revueltas.” (p. 33)
“ -Es una rama curiosa de la literatura -prosiguió Curtis-, y debo confesar que no estoy muy versado en ella. ¿Estaría usted dispuesto a sostener que Wilkie Collins ha sido superado? ¿O Poe? Y no se pueda negar que Poe no sea desdeñable…; ¡es extraño cómo su fama nos ha sido impuesta desde Francia! Me imagino que los jóvenes como usted han pasado las fronteras del Simbolismo ¿no? Pero vea usted el caso de “La carta robada”, ¿no le parece algo demasiado… fuerte?” (p. 72)
Dentro de la propia obra uno de los profesores del claustro es un afamado escrito de novela negra que trabaja con pseudónimo y que se convierte en un aliado para descifrar el misterio.
“¿Qué era lo que no coincidía? Aquí Appleby se puso en guardia. No era indispensable que coincidiera; en ello residía la diferencia entre sus actividades y las de Gott. En una novela, todo cuanto nos hace cavilar durante el transcurso de la narración debe trabarse armónicamente al final. Pero en la vida real siempre hay cabos sueltos, problemas secundarios que jamás se resuelven, detalles que nunca encajan en el conjunto.” (p. 242)
Muerte en la rectoría nos remonta a la tradición clásica de novela enigma en la que, como bien describe las circunstancias materiales encerraban la mente del investigador en un círculo cerrado del que poco a poco Appleby consigue salir encajando piezas que hasta el final, y aun de manera muy refinada, parecen no encajar. Los principales y casi únicos sospechosos son siete profesores que adolecen de todos los tópicos de envidias profesionales, robo de ideas, caracteres excéntricos, mentes ensimismadas.
“En efecto, en medio del cúmulo de circunstancias materiales que parecían encerrar la mente del investigador en un círculo cerrado (tal como Appleby lo había intuido ya), se advertía el influjo de toda una escuela literaria nacida de Sherlock Holmes, mientras en la macabra fantasía de los huesos había algo de novelón terrorífico. En algún rincón del complicado asunto había un cerebro que seguía dos líneas de pensamiento: un proceso inductivo y una decidida afición a lo lúgubre… Podría decirse que esa inteligencia trabajaba como la de Edgar Allan Poe. Precisamente, Poe estaba entonces en boga entre los intelectuales, y la Facultad de San Antonio era un centro de intelectualidad…” (p. 33)
El estilo de Appleby para desliar la madeja se centra en la mente humana, la suya y la de sus interlocutores. Y es en este campo de batalla donde el reto es mayúsculo dada la talla de sus adversarios.
“El material de trabajo del criminalista […] no consiste en colillas de cigarrillos, ni en impresiones digitales, sino en la mente humana, tal como se manifiesta a través de la conducta.” (p. 34)
Una obra especialmente interesante para los que vivimos en entornos universitarios, si bien los parecidos entre la supuesta Facultad de San Antonio y cualquier universidad española o del resto del mundo son remotos.
“El espíritu conservador se expresa de manera refinadísima en nuestras universidades. Largos siglos después de la reforma de nuestras instituciones eclesiásticas, las tradiciones y costumbres medievales sobreviven en esos venerables recintos. “Los monjes” , como definió a esos eruditos dómines cierto historiador del Imperio Romano, en un rapto de indignación, no suele adaptarse al ritmo de la moda. Por lo contrario, están adormecidos en un largo paréntesis temporal, como diría cualquier economista. Enseñan disciplinas anticuadas con métodos arcaicos.” (p. 157)