Desde el lunes hasta ayer miércoles estoy impartiendo unas clases en el Máster
Hablar sobre sistemas de información sin experimentar en la medida de lo posible su uso, sus posibilidades, es un contrasentido, máxime cuando en nuestros días buena parte de los sistemas de gestión de conocimiento y de colaboración en las empresas están también disponibles para los usuarios particulares en versiones gratuitas. Siguiendo la idea de Educación Expandida, incorporar Internet a nuestras clases, no sólo como un almacén de información, sino como un espacio de creación y colaboración representa una oportunidad que no deberíamos permitirnos perder en nuestro sistema educativo, mucho menos en el nivel universitario.
El empleo de estas herramientas requiere rediseñar qué hacemos en el aula. La tecnología sin una estrategia de aprendizaje detrás es una mesa con solo dos patas. Considero a día de hoy difícil dar una clase sin contar con la colaboración activa de los estudiantes que aportan contenidos, verifican datos, buscan información y la comparten mientras yo expongo un guión y saco cuestiones para el debate y la reflexión. Obviamente hay materias que se prestan más a esto, especialmente aquellas que nos enfrentan a la complejidad de la realidad, más que aquellas que nos encierran en un terreno de juego predeterminado en el que hemos de desarrollar una técnica precisa y bien delimitada.
Una clase llena de portátiles es un buen síntoma, aunque a ratos los estudiantes se dediquen a revisar Facebook, Twitter o el correo electrónico. Cualquiera lo haría: lo atestiguo como profesor cuando he ido a cursos de formación o cuando los he impartido a compañeros. En una línea similar se expresa Enrique Dans, del Instituto de Empresa hablando sobre el empleo de las redes sociales en las empresas, vídeo que precisamente hemos trabajado en clase.
Cinco horas de clase basadas en un planteamiento magistral es algo que no se sostiene. El estudiante se aburre, el profesor acaba agotado: la explicación, ese recurso educativo que considera en tantas ocasiones que aquello que no se transmite no se aprende, es una falacia. Volvamos a las reflexiones sobre El maestro ignorante de Rancière.
Procedo ahora a relatar cómo he diseñado las clases. Un planteamiento que no es más que un prototipo, un experimento, del que por cierto he quedado bastante satisfecho. Les pediré a los estudiantes que comenten este artículo y nos dejen su visión al respecto.
Diseño de las sesiones de máster
- He editado todo el material a modo de guiones en torno a bloques temáticos en forma de textos abiertos en formato de documento de Google Drive. Parte de dichos guiones están basados en el libro Sistemas de información gerencial, de Laudon y Laudon, edición de 2012, en Pearson. Libro que, pese a ser reciente, presenta importantes carencias.
- Durante las propias sesiones, conforme iniciábamos un bloque nuevo pasaba el documento relevante a la carpeta compartida con los estudiantes. Esto permitía que ellos lo vieran desde sus propias pantallas y que lo pudieran editar o comentar conforme lo hacíamos en la clase o bien siguiendo su ritmo. Con el fin de poder seguir mejor las modificaciones incorporadas optamos por emplear el modo “Sugerencias” dentro de los documentos con el fin de que cualquier cambio quedara marcado y así pudiéramos visualizar más fácilmente las aportaciones de cada cual y dejar en el texto principal las que nos parecieran valiosas.
- No he empleado “diapositivas”, más que de forma ocasional para mostrar alguna imagen. Todas las presentaciones a las que he recurrido ya se encontraban publicadas en Slideshare y enlazadas en los documentos de referencia. En otra ocasión hablaré sobre el mal uso y el retroceso que los powerpoints han supuesto para la enseñanza.
- Con el fin de crear una bibliografía compartida de recursos disponibles en Internet hemos utilizado la herramienta Diigo, que permite guardar enlaces y compartirlos en grupos. El grupo de la materia es privado, sólo para quienes solicitan acceso. La opción de emplear un grupo abierto, algo que hubiera preferido, es actualmente es de pago en esta red. Diigo permite además la gran ventaja de subrayar textos directamente sobre las páginas webs que visitamos, capturando automáticamente el enlace del recurso y los fragmentos señalados.
- Hemos comunicado algunos recursos interesantes o algunos estados personales en Twitter empleando la etiqueta #moaUGR. El máster no contaba con ningún hashtag, dado que el empleo de estas redes por los profesores no está extendido y los estudiantes suelen utilizarlas con otros fines de carácter principalmente social.
- Finalmente, la última parte de la tercera sesión la hemos dedicado a que cada estudiante editara el bloque de la materia que fuera de su interés a través de los documentos de Google Drive. Esto ha permitido que investigaran en la red, que se enfrentaran con problemas de formatos, maneras de citar, búsqueda y verificación de fuentes, etc. Dado que algunas personas trabajaban sobre el mismo documento, podían emplear el chat integrado en la aplicación para repartir el trabajo o resolver dudas. Mientras yo desde la mesa también les resolvía dudas e iba entrando en los documentos compartidos para ver su trabajo y darles consejos e indicaciones. Esto justamente es lo que se puede ver en la foto anterior.
Para concluir me pregunto a mí mismo: ¿es esto una innovación docente? No lo creo, no debería serlo; aunque si por innovación docente consideramos aquellas experiencias inusuales que intentan aprovechar los recursos que tenemos disponibles para afrontar el proceso educativo de otra manera, me temo que sí y que estamos aún lejos que de que vivamos el empleo de la tecnología en las aulas de una forma natural, integrada, creativa.
¿Por qué pueden llegar a molestarnos los dispositivos digitales en las clases? ¿Por la distracción que ocasionan? ¿O porque seguimos dando clases magistrales a pesar de que disponemos de estas ventanas abiertas al mundo?