Comentario al libro: Edgerton, David. 2007. Innovación y tradición: historia de la tecnología moderna. Barcelona: Crítica. Titulo en inglés: The shock of the old. Technology and global history since 1900.
Edgerton enumera en la Introducción del libro algunas de las preguntas que guían la obra (pp. 18-19): “¿cuáles han sido las tecnologías más significativas del siglo XX? ¿Se ha convertido el planeta en una aldea mundial? ¿Se halla la cultura a la zaga de la tecnología? […] ¿ha tenido efectos revolucionarios o, más bien conservadores, en lo social y lo político?” Para hacerlo adopta un punto de vista innovador, ya que más que fijarse en la narrativa de las invenciones o en la “tecnología” de una época o lugar, se centra en la materialidad de las “cosas”, descubriéndonos como invenciones que son capaces de representar a toda una época en el imaginario colectivo en la práctica tuvieron un impacto mucho menor que otras tecnología aparentemente anticuadas. El relato de la tecnología es voraz en cuanto a construcción de un futuro cuasi-mitológico en el que todo va a cambiar y transformar la vida de las personas, sin embargo la realidad es mucho más compleja. De ahí el título original del libro en inglés: “The shock of the old”. Tras su lectura no dejamos de sorprendernos del modo en que en buena medida las “cosas” que utilizamos actualmente constituyen tecnologías muy antiguas o de cómo tecnologías que en su momento fueron desechadas y superadas (por ejemplo, los automóviles eléctricos) vuelven con una fuerza inusitada en nuestros días desde la óptica de una “novedad” radical. El libro se estructura en capítulos que atienden a enfoques conceptuales y funciones de las tecnologías (relevancia, temporalidad, producción, mantenimiento, naciones, guerra, matar e invención). Antes de adentrarnos en algunas de las ideas clave y ejemplos de cada uno de ellos, quiero referir algunas de las principales tesis del libro, que el autor recopila en la conclusión final.
Señala Edgerton que “nuestras teorías centradas en el futuro han subestimado lo pretérito en favor del poder de lo presente” (p. 268). Esta tesis permite hilar toda el libro en su conjunto, con conclusiones aparentemente sorprendentes: por ejemplo, que la transformación estructural sufrida por los países ricos en las últimas décadas no es mayor que la experimentada durante el largo auge, en los años 50 y 60, tras la segunda guerra mundial.
La adopción de tecnologías no depende tanto de su invención y desarrollo o del lugar en que se “inventan” sino del dinero disponible para incorporarlas. No se trata además de un proceso lineal, sino que es frecuente observar regresiones a tecnologías más anticuadas, como ocurre en el caso de la agricultura en países como Cuba o Moldavia o como se puede observar de manera muy simbólica en procesos como el del desguace de los grandes navíos en playas de Asia por legiones de trabajadores descalzos.
La conexión entre nacionalismo y tecnología es uno de los puntos de vista más sugerentes del libro, ya que la capacidad de innovación se ha llegado a plantear como un aspecto distintivo de determinados países o incluso de razas. Con todo la evidencia muestra que “la mayor parte de las transformaciones se da merced a la transmisión de técnicas diversas de un lugar a otro” (p. 271). Uno de los casos más significativos que se desarrollan a lo largo del libro es el de la Unión Soviética y su desarrollo tecnológico, antes y después de la segunda guerra mundial, gracias a los acuerdos de colaboración con Estados Unidos. Innovación y creatividad son dos términos que no solo están asociados sino que además poseen muy buena prensa. Edgerton cita a Unamuno con aquel “que inventen ellos” para precisar que, en realidad, “no hay país, compañía ni individuo que, salvo muy raras excepciones, no haya dependido de otros para inventar ni haya imitado más de lo que ha creado” (p. 271). Si bien el imitar tecnologías exitosas desarrolladas por otros no goza de buena prensa siendo una práctica recomendable, sí que se suelen reproducir, de forma poco acertada, las políticas de innovación tecnológica entre países, algo que a juicio de Edgerton, carece de sentido y además resulta contraproducente, en tanto que puede derivar en una duplicación innecesaria de esfuerzos.
El libro señala que nuestro presente y el futuro no son escenarios necesarios, sino que otros muchos presentes y futuros alternativos podrían haber existido en virtud de la multitud de invenciones y tecnologías que se han ido quedando por el camino, muchas más de las que sobreviven y se hacen hegemónicas. Todo ello forma parte de un relato que debería ser contado. “La historia de [las tecnología] no es la de un futuro necesario al que debamos adaptarnos si no queremos morir, sino más bien la de diversos futuros frustrados y, también, de futuros anclados firmemente en el pasado.” (p. 272)
Todas estas ideas clave se ilustran a través de grandes cuestiones en los capítulos del libro. En el primero de ellos se pregunta por la Relevancia de las tecnologías, iniciando con una frase provocadora: “Cabe preguntarse si el preservativo ha tenido un peso mayor que el aeroplano en la historia de la humanidad.” (p. 21) Tenemos interiorizada la idea de que solo lo nuevo merece nuestra atención, dejando en segundo plano o directamente ignorando las tecnologías que ya no gozan del prestigio de lo reciente. Darle la vuelta a esto es uno de los grandes valores de la obra.
La Temporalidad de las tecnologías es otro de los capítulos clave. “Muchas de las tecnologías más relevantes del siglo XX se inventaron e innovaron mucho antes de 1900. Algunas, aunque no todas, entraron en decadencia en el transcurso de dicho periodo, si bien no debería subestimarse su trascendencia, dado que aún las que desaparecen siguen siendo importantes.” (p. 56) Así, en las ciudades el empleo de caballos era mayor en el siglo XX que en el XIX o, de igual forma su empleo fue fundamental en la primera y segunda guerras mundiales. Otro caso es el de la conformación de las ciudades pobres mediante el aprovechamiento de las planchas de metal galvanizado o de fibrocemento, aprovechando tecnologías que habían tenido otros destinos en los países ricos, pero al mismo tiempo desarrollando otros tipos de tecnologías genuinas y complejas para resolver sus necesidades. Situar la complejidad tecnológica en contexto y no como algo lineal en continuo progreso es un valor en el que sería interesante incidir más.
El capítulo destinado a la Producción explica cómo el desplazamiento de la mano de obra del sector primario al secundario y de este al terciario transmite la idea de una evolución histórica en fases estancas en la que se olvida que buena parte de los avances tecnológicos se han producido por ejemplo en la agricultura, tanto en los países pobres como en los ricos. Se presta también atención a la producción en serie. El Mantenimiento de las tecnologías es uno de los grandes temas olvidados en la historia de las tecnologías, sin embargo Edgerton recupera su centralidad, mostrando casos en los que estas labores han dado lugar a significativas transferencias de capacidad de innovación y de producción, así como ha condicionado el empleo de tecnologías, como el automóvil con motor de combustión frente al eléctrico a principios del siglo XX, por su mayor facilidad de mantenimiento.
El capítulo sobre las Naciones aborda dos temas directamente ligados a nuestra concepción de las tecnologías, por un lado, su capacidad para mundializar, pero por otro, su componente nacionalista y, en ocasiones, la importancia que el proteccionismo o la falta de comercio internacional ha tenido en el desarrollo de industrias y de capacidades tecnológicas en determinados países, por ejemplo, Japón.
En Guerra y Matar, Edgerton aborda tecnologías fundamentales que tienen que ver con los conflictos bélicos y las transferencias entre tecnologías civiles y militares, por un lado; y, por otro, las que se emplean para acabar con la vida animal, por ejemplo en el sacrificio industrial para la producción de alimento, y en acabar con la propia vida humana. Finaliza el libro con Invención, donde se abordan las organizaciones desde las que surgen los inventos.
Es importante reseñar que el libro se publica originalmente en 2006 en inglés, por lo que la mayoría de datos y ejemplos se refieren a finales de siglo XX o a los primeros años del siglo XXI. Esto hace que adolezca de una visión de las últimas dos décadas donde el auge de las tecnologías digitales de la comunicación, del aprendizaje, de la economía de plataformas, etc. es importantísima, así como de sectores como la medicina o la biotecnología. Esta visión se echa en falta en tanto que el discurso de la innovación radical en el que vivimos constantemente merece una urgente revisión, en la que muchas de las ideas esbozadas pueden ser de gran utilidad.
Todo ello nos debe conducir a replantear la propia historia en su conjunto a la luz de las tecnologías que se han empleado. Es un lugar común afirmar que la tecnología actúa como un impulsor de revoluciones históricas, sin embargo, no es menos cierto que “siempre ha sido responsable de la permanencia de las cosas en igual medida que de su transformación” (p. 274). Edgerton nos invita, con éxito, a repensar nuestra mentalidad en relación con el “presente tecnológico” a partir del reconocimiento de la trascendencia de aquello que tecnológicamente puede parecer anticuado.