Solo algunas notas rápidas y modestas.
La invención de Internet, particularmente a partir de la invención de la Web, que permitió la democratización de la “red de redes”, supuso un acontecimiento histórico de repercusiones parecidas a lo que sería llegar a otro planeta y colonizarlo. Los primeros exploradores, a pesar de llegar al nuevo planeta financiados por sus Estados o por organismos supranacionales, sentirán la tentación de escribir las reglas del nuevo mundo más allá de las limitaciones, las ineficiencias y el control de los poderes públicos. Pronto sentirán que el nuevo mundo es su mundo, un lugar único de oportunidades del que hay que mantener alejados a los gobernantes y a las empresas. Sin embargo, esta visión utópica pronto se enfrentará a la realidad de que más y más personas llegan al nuevo planeta y con ellos, más tentáculos del poder legítimamente establecido. Se harán proclamas a favor de la independencia y de la libertad, sin embargo las empresas irán expandiendo su influencia en el nuevo mundo. Pronto los pioneros y la ciudadanía se darán cuenta que, a pesar de sus temores hacia el gobierno, lo público es el único modo de limitar el poder de las corporaciones. Así, como en ese nuevo planeta ya colonizado en su gran amplitud, nos encontramos nosotros en Internet. Han pasado 50 años de la creación de Internet y 30 de la creación de la Web.
Tras la experiencia de estos años es el momento de (re)afirmar que:
Internet requiere un gobierno. Los tiempos de ciberutopías y de declaraciones de independencia del ciberespacio han pasado. Los enemigos no eran tanto los Estados sino las grandes corporaciones que han asumido competencias de vigilancia y control escudadas en la libertad económica. Más que nunca necesitamos una gobernanza global de Internet a modo de una extensión de las Naciones Unidas, que ponga freno tanto al abuso mercantil como al abuso de regímenes políticos donde un Internet libre, de acuerdo con los derechos humanos, es censurado.
Los datos deben ser de la ciudadanía. Hasta ahora las grandes multinacionales de Internet y tantas otras empresas han actuado apropiándose de los datos de sus usuarios a través de contratos de adhesión que impiden acceder a un servicio salvo aceptando condiciones leoninas. Los datos deben ser propiedad de sus titulares, se deben poder transferir libremente y proteger a través de sistemas de seguridad distribuidos como Blockchain. Únicamente en aquellas cuestiones reguladas por Ley se podrán hacer usos legítimos de datos agregados sin que medie un consentimiento expreso; por ejemplo, para el control de pandemias u en otras crisis, siempre que se preserven las garantías democráticas y jurídicas.
Internet debe ser un derecho universal. Su acceso, conexiones rápidas, dispositivos de conexión, deben ser garantizados a la ciudadanía; no únicamente, como promueven las empresas, como manera de fomentar el comercio online, sino como forma de garantizar la participación social, democrática, cultural, de todos los ciudadanos y ciudadanas.
El anonimato debe ser restringido. Si los Estados garantizan los derechos humanos dentro de regímenes democráticos, el anonimato no puede amparar el insulto, la difamación, la difusión de noticias falsas, etc. El anónimato puede servir para proteger en determinados casos la confidecialidad, pero nunca para hacer daño, como podemos observar repetidamente en redes sociales.
Internet debe ser un espacio donde ensayar y escalar formas innovadoras de participación democrática. Internet proporciona los medios para ensayar formas de democracia directa que complementen a la democracia representativa. Las tecnologías cívicas y democráticas deben adoptar un mayor protagonismo en la red.
Se deben flexibilizar los modelos de propiedad intelectual y garantizar una retribución justa a los creadores. La inmaterialidad de los bienes culturales y de otros bienes digitalizables, como por ejemplo la noticias, obligan a replantear los modelos de propiedad intelectual, su gestión y los sistemas de compensación económica, de modo que se pueda mantener la actividad creativa y profesional. Se han producido cambios destacados en las dos últimas décadas, como podemos observar en las industrias de la música o del cine. Por ejemplo, buena parte de los grupos han tenido que incrementar sus actuaciones en vivo con el fin de poder obtener el grueso de sus recursos. Sin embargo, esto no siempre es posible, como observamos actualmente durante la crisis del coronavirus.
Internet debe ser más multicultural e igualitario. El inglés es el idioma de Internet; sin embargo, son cientos las lenguas en nuestro planeta. Debemos preservar un equilibrio entre mantener una lengua como vínculo común entre todos y preservar al mismo tiempo la cultura y la tecnología en las diversas lenguas existentes. Al mismo tiempo, Internet sigue siendo en muchos sentidos un mundo dominado por hombres y con una cultura patriarcal. Así lo observamos en los creadores principales de la red, en los fundadores de start-ups o en los datos que nos ofrecen los informes sobre acceso y uso de Internet en el mundo.
Internet debe ser más abierto, innovador y generativo. Jonathan Zittrain denunciaba en su libro “The Future of the Internet and How to Stop It” (2008) los peligros de un Internet cada vez más cerrado donde buena parte de las interacciones y de la información se creaba y difundía dentro de los muros de las grandes corporaciones. Su alerta se ha mostrado más que acertada. Precisamos recuperar un Internet como espacio “generativo”, que es la cualidad de las tecnologías para ser empleadas con otros propósitos y dar lugar a otros usos innovadores. En esta llamada, hay una recuperación del espíritu hacker para innovar y transformar, pero también para emprender enfrentándose a las grandes corporaciones que actúan de forma oligopolística.
Fotografía de portada por Alina Grubnyak en Unsplash.