El presente texto sirve a modo de colofón de los proyectos de investigación y transferencia y docente que presenté en la obtención de la plaza de Catedrático de Universidad, celebrada el 6 de junio de 2023.
Pero, ¿no lo sabe usted, señor Stoner? “, preguntó Sloane. “¿Aun no se comprende usted a sí mismo? ¡Usted va a ser maestro!”
De repente Sloane parecía estar muy lejos, y las paredes del despacho retrocedían. Stoner se sintió a si mismo suspendido en el aire y oyó su voz preguntar: “¿Está usted seguro?”
“Estoy seguro,” dijo Sloane suavemente.
“¿Cómo puede afirmarlo así?¿Cómo puede estar tan seguro?”
“Es amor, señor Stoner,” dijo Sloane con mucho ánimo. “Está usted enamorado. Es tan simple como eso.”
John Williams
En Granada, a 23 de mayo de 2023, escribo las últimas palabras que servirán de cierre a los proyectos de Cátedra. Acertadamente me sugirieron que estos textos bien merecían unas conclusiones. Llegado este punto, tras tantas páginas, de revisión de marcos normativos, de proyectos, de programación, un epílogo resultaría redundante. Probablemente ya hay de todo suficiente. Me gustaría quizá, eso sí, escribir unas líneas que subrayen el compromiso ético y el posicionamiento vital desde el que todo esto se construye. Un legado en forma de palabras a un yo futuro, que pudiera en algún momento dudar de su camino o, mejor dicho, dudar del modo de caminar.
Pocas veces nos escribimos a nosotros mismos y, probablemente, solo valgan la pena aquellas en que lo hacemos públicamente, ante la comunidad, a modo de compromiso. Así ocurrió hace 8 años, el 24 de febrero de 2015, cuando recibí el premio del Consejo Social a la trayectoria de jóvenes investigadores. Ese día pronuncié un discurso sobre la cultura digital y el humanismo. Hoy para escribir estas palabras he creído oportuno revisitarlo como punto de partida, como examen previo a lo que pueda aquí sumar a esta trayectoria personal que da sentido y coherencia a la propuesta que planteo en esta plaza. Suscribo tanto aquellas palabras de hace 8 años que las incorporaré directamente en el texto que sigue, en cursiva.
Nunca habría imaginado ser profesor universitario. Sin embargo, ahora encuentro difícil imaginar tener otra dedicación. De igual forma, nunca había imaginado la posibilidad de ser catedrático; fundamentalmente porque cuando opté por este camino me propuse que si iba a dedicar mi vida a la universidad quería hacerlo guiado por la curiositas, por la pasión intelectual y, esta, por fortuna o desgracia siempre ha sido, en mi caso, amplia, expansiva. Mi adscripción a líneas, a áreas, a caminos más o menos marcados, ha sido generalmente débil; quizá como precaución frente a un ensimismamiento, quizá por falta de constancia o por ser demasiado propenso a lo nuevo. Por esta razón, estos años me he manejado con extrema libertad, implicándome en proyectos, promoviendo investigaciones, coordinando actividades, sin haber hecho nunca cálculo alguno en el complejo algoritmo de las acreditaciones y las plazas. Por eso, cuando logré la acreditación de profesor titular en 2012, me convencí de que ya era suficiente, de que no dejaría de trabajar y de crecer, pero lo haría sin mirar las consecuencias en términos de beneficio personal académico. Así, cuando en repetidas ocasiones mis compañeros me animaron a presentar la acreditación a catedrático, hice oídos sordos. Fue hace dos años, aún en la vorágine de la pandemia, cuando me animé a hacerlo y a convencerme de que quizá todo el trabajo de estos años también podría tener una recompensa académica, la más grande, la que consideraba inalcanzable.
Posiblemente toda mi improbable trayectoria empezó a adquirir forma en 2011, un año después de leer la tesis, a través de la iniciativa GrinUGR (Grin, por Grupo de Internet), un espacio de reflexión crítica y de experimentación en torno al empleo de la tecnología en las Ciencias Sociales y las Humanidades, un artefacto abierto entre universidad y ciudad, distribuido y flexible, para la cultura digital. El resultado de aquello fue el mencionado premio y muchas otras relaciones y experiencias que aún hoy atesoro. GrinUGR fue aquel patio de colegio de la infancia, en el que aún hoy seguimos jugando. Fuera de lo institucional, entre 2011 y 2015 crecimos libre y autónomamente, con la creatividad y la audacia de la escasez y con el talento de todos los que han contribuido más activamente en el proyecto, acompañados siempre por el reconocimiento de varios miles de personas que han hecho suyas nuestras propuestas. Hace 8 años esta experiencia me llevó a involucrarme en la coordinación de la campaña de nuestra Rectora Pilar Aranda. Pilar hizo historia, hicimos historia con ella, logrando que, por fin, una mujer, la mejor preparada entre ellos y ellas, dirigiera esta institución, casi cinco veces centenaria. Y a resultas de aquello, los últimos 8 años, de vértigo incesante. GrinUGR se transformó en Medialab UGR, una creación que bebe de aquellos valores que se resumen con estas palabras:
La cultura digital no entiende de disciplinas, es tan ancha como la realidad misma. Vivimos tiempos híbridos. Tiempos de conexiones y redes.
Lo digital representa una oportunidad para la transparencia y para una cultura más abierta y accesible.
La red articula nuevas formas de colaboración.
La cultura digital nos enseña que no hay una vida real y otra virtual, ni siquiera existe una dicotomía entre lo físico y lo digital. Todo es uno, parte de un continuo. La realidad debe ser repensada.
En resumen, decía en aquel momento, la complejidad y la incertidumbre constituyen el signo de nuestro tiempo. Palabras estas, ajenas a la pandemia que vendría, a la guerra que aún persiste, a la polarización política creciente.
Hoy, hace solo una semana que volvimos a ganar unas elecciones al Rectorado de la Universidad de Granada, en una candidatura encabezada por Pedro Mercado. ¿Qué nos depararán los próximos 6 años en este vertiginoso tiempo que vivimos?
Desde una posición de inmenso privilegio intelectual, de formar parte de la universidad, laboratorio de conocimiento de la sociedad, por la sociedad y para ella; institución para la exploración y la generación del conocimiento, para la transformación del entorno a partir él, me reafirmo en que nuestro deber es formar e investigar en las procelosas aguas de esta tempestad y ayudar a emancipar intelectualmente a nuestros estudiantes para que sean capaces de navegar en mares aún no nacidos.
La vida académica en estos términos ha sido para mí un hallazgo inesperado. Cualquiera que ame esta vocación sabe que cubiertas sus necesidades vitales podría entregarse a este quehacer por amor al arte. En mi caso, amo comunicar y encontrarme con el otro a través de la reflexión y de la búsqueda. Este es el compromiso que da sentido a las propuestas docentes y de investigación de estos proyectos de Cátedra. La conciencia de estar llamados y llamadas, desde cualquier lugar de la sociedad, pero, en especial, desde este, a ser baluartes de la paz, de la democracia y de la verdad, a través de la incesante búsqueda de conocimiento. La Constitución de la UNESCO reza: “puesto que las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz”. Es de esta manera que nuestra presencia en el mundo, en la sociedad, en la universidad está llamada a ser más que un mero afán instrumental desprovisto de espíritu, desprovisto de política, que es ese modo de estar en la polis. Paulo Freire (1978) lo expresa con estas palabras:
“No hay, pues, una dimensión política de la educación, sino que ésta es un acto político en sí misma. El educador es un político y un artista; lo que no puede ser es un técnico frío. Ello significa que debe tener una cierta opción: la educación para qué, la educación en favor de quiénes, la educación contra qué. A las clases sociales dominantes no les gusta la práctica de una opción orientada hacia la liberación de las clases dominadas. Esta es mi opción: un trabajo educativo, cuyos límites reconozco, que se dirija hacia la transformación de la sociedad en favor de las clases dominadas.”
Paulo Freire (1978)
Como universidad pública nuestra misión es ser lugar de generación de conocimiento y de creación de futuros, de posibilidades, para todas aquellas personas que, vengan de donde vengan, encuentran una forma de crecer y desarrollarse más allá de donde su nacimiento, su clase, su cultura, los hubiera situado.
La universidad no siempre ha representado lo mismo en nuestra sociedad. Es el resultado del marco político y jurídico en el que se incardina. Y el nuestro es fruto de un doloroso quehacer histórico que nos sitúa como país ante el reto de Europa. Una Europa cuyas políticas, basadas en un modelo de democracias liberales, nacen del desastre de la Segunda Guerra Mundial. Los años 30 y 40 del siglo XX no deben ser olvidados. Son los años en que contamos con el testimonio del insigne catedrático de nuestra universidad, Fernando de los Ríos; los años en que Chaves Nogales asistía al derrumbe de España y marchaba al exilio; los años en que Stefan Zweig escribía sus memorias, antes de quitarse la vida en Petrópolis en 1942.
Escribía el autor austriaco:
“El sol brillaba con plenitud y fuerza. Mientras regresaba a su casa, de pronto observé mi sombra ante mí, del mismo modo que veía la sombra de la otra guerra detrás de la actual. Durante todo ese tiempo, aquella sombra no sé apartó de mí; se cernía sobre mis pensamientos noche y día; quizá su oscuro contorno se proyecta también sobre muchas páginas de este libro. Pero toda sombra es, al fin y al cabo, hija de la luz, y solo quien ha conocido la claridad y las tinieblas, la guerra y la paz, el ascenso y la caída, solo éste ha vivido de verdad.”
Stefan Zweig
Durante la Semana Santa de 2023 viajé a Austria para la celebración de la Arqus Annual Conference en la ciudad de Graz, el encuentro anual más importante que celebra la Alianza de Universidades Europeas que lidera la Universidad de Granada. Tras concluir los días de trabajo, viajé a Linz. A apenas 25 kilómetros de esta ciudad, siguiendo la senda del Danubio, río abajo, está el hermoso pueblo de Mauthausen. Hacía un frío gélido, impropio de aquellos días del mes de abril. Alquilé una bicicleta y pedaleé hasta el campo de concentración por una senda llana hasta llegar a las últimas rampas donde la fortaleza de piedra se yergue sobre las colinas de la orilla norte del Danubio. Desde allí la primavera despuntaba en los campos y colinas que se perdían en el horizonte. Un horizonte imposible en aquellos años 40 cuando la muerte era el único futuro esperable. Sin embargo, también hubo primavera en 1940, en 1941, en 1942, en 1943, en 1944, incluso en 1945, cuando las condiciones de vida eran más duras que nunca, ante de la liberación.
Mauthausen es un campo que identificamos con la República Española. En él, en uno de los antiguos pabellones, donde ondean las banderas de los países que vencieron en la contienda, la bandera de la República se levanta junto a la de Estados Unidos. Más de 7.000 españoles estuvieron en el campo, poco más de 1.000 sobrevivieron. Son números reducidos ante la inmensidad del horror, pues se calcula que más de 100.000 personas, muchas más, murieron solo en aquel lugar. La memoria fotográfica de Mauthausen fue rescatada por el español Francesc Boix y tantos otros que colaboraron para que ahora podamos recordar.
El 16 de mayo de 1945, once días después de su liberación, los supervivientes de Mauthausen firmaron un juramento en el que se comprometieron a contar lo que habían visto y sufrido. El juramento finaliza con la siguiente declaración:
Sobre la base de una comunidad internacional queremos erigir a los soldados de la libertad caídos en esta lucha sin tregua, el más bello monumento:
EL MUNDO DEL HOMBRE LIBRE.
De la memoria de nuestra historia, la española, la europea, la de nuestro mundo, nace la actual Europa, contradictoria, burocrática, civilizatoria de nosotros mismos; la Europa que sueña con Alianzas de Universidades. Europa es un proyecto de presente y futuro que nos proyecta hacia otras latitudes, particularmente, en nuestro caso, hacia Iberoamérica, donde estrechamos lazos de fraternidad.
Este compromiso universitario es un compromiso político, que recoge los valores clásicos del republicanismo, de la libertad, la igualdad y la fraternidad, para preservar desde nuestra posición en la academia la paz y la prosperidad en nuestra tierra, en nuestro mundo.