El pasado 18 de mayo tuve el honor de presentar en Málaga la primera novela de mi querido y admirado amigo Pedro Javier Marín Galiano, titulada “El
Texto de la presentación
Cuando el pasado mes de febrero Pedro me pidió que hiciera la presentación de su primera novela en Málaga, me sentí lleno de orgullo, elegido. Cualquier buena noticia suya siempre lo ha sido mía. He sido siempre proclive a tomar partido por él aún equivocándome a veces pues su innegable persistencia y su tenaz voluntad van a más allá de las que yo atesoro. Que Pedro hubiera escrito su libro, desde el que me imaginaba su exilio malagueño, y que pensara en mí, era algo impagable, un tributo a años de encuentros y no encuentros pero de entusiasmo basado en el recuerdo y lo fortuito. Pedro es ante todo un buen hombre y un amigo lleno de talento. No tardé en compartir el sentimiento de alegría con la responsabilidad de un compromiso, del reto de hacer algo que nunca había hecho frente a un auditorio, no hablar de mi libro, de mi proyecto, de mis ideas, sino del suyo: Pedro hoy he venido a hablar de tu libro.
Sin embargo el envite va más allá, no pretendo hablar sólo de “El crisol de lo prohibido y una mujer que desaparece”, sino también de él, o de ellos. No sé si ustedes lo han notado ya, pero Pedro no es uno solo, coquetea con los distintos palos del arte de la vida y mantiene con ellos romances, infidelidades con tanta gracia, que su mismo semblante público a fuerza de necesidad habría de perdonarle tanta distracción y alterne. Pedro, para aquellos que ya hayáis leído la obra es un Mario Casasola, que no sólo ha sido capaz de satisfacer a las más difíciles amantes, la música, la poesía, el dibujo, ahora la narrativa; si no que también ha sido capaz de distanciarse de todo ello, hacer una mueca irónica al boato y la impostura y cantar como hace nuestro común referente, Luis Eduardo Aute:
Qué me dices,
cantautor de las narices,
qué me cantas con ese aire funeral.
Si estás triste,
que te cuenten algún chiste,
si estás sólo,
púdrete en tu soledad.
Pedro como hombre libre, contradictorio y profundamente creativo.
Pedro, mi amigo, es un diletante de la vida, un aficionado en el mejor sentido de la palabra, quizá el único posible que haga justicia a la medida del hombre, a los que militan en el bando de la vida. Sólo el aficionado es capaz de tomarse en serio la vida. Nada, salvo lo burocrático, puede acabar siendo acreedor de ese ansiado sustantivo que es la “profesionalidad” en nuestro tiempo. Por eso Pedro no quiso dedicarse al arte, quiso ser un trabajador “profesional”, en el mejor sentido de la palabra, y liberar su tiempo para su vida, para su desarrollo espiritual y sensorial.
Pedro y el escritor
Como apuntaba y ya me voy alargando, hoy no solo voy a hablar de él, sino que voy a intentar distinguir entre él y ese otro personaje que su propia novela construye, el escritor. El escritor si lo miran bien no es Pedro aunque aquí encarne su misma física apariencia.
Ahora sólo les pido, Pedro, te pido, que me permitan la libertad de lanzar hipótesis arriesgadas sobre el escritor y sus personajes. Al modo de Pirandello, aquí tenemos al menos 8 personajes en busca de autor. El escritor se ha convertido en esta novela en un demiurgo, cual sacerdote que obra el milagro de la transubstanciación, el autor ha tenido el talento de dar identidad a una serie de figuras que bien podemos imaginar ajenas al propio texto. Bien podrían ser personajes de otras historias que se hubieran colado en la nuestra. Un ejercicio a lo Vargas Llosa. Aunque Pedro manifiesta que lo que le hizo iniciar esta novela fue la conciencia de que los años pasaban y de que gente más joven que él ya publicaba sus obras, el escritor guarda intenciones menos modestas. Le maravilla la posibilidad de crear y de enfrentarse a sus personajes.
Mientras que la novela desarrolla un entramado de relaciones entre los personajes, los propios personajes Casasola, Julia Villamil, Constanza Peñafiel,… se levantan en pie de guerra clamando por su propia identidad, por preservar su intimidad. Secretamente conocen que nada de lo que hacen le es oculto al narrador y que este por ello los pone en evidencia.
Imagino a Mario Casasola clamando a su creador igual que Augusto interpelaba al propio Unamuno en Niebla:
“–¿Conque no, eh? ––me dijo––, ¿conque no? No quiere usted dejarme ser yo, salir de la niebla, vivir, vivir, vivir, verme, oírme, tocarme, sentirme, dolerme, serme: ¿conque no lo quiere?, ¿conque he de morir ente de ficción? Pues bien, mi señor creador don Miguel, ¡también usted se morirá, también usted, y se volverá a la nada de que salió…! ¡Dios dejará de soñarle! ¡Se morirá usted, sí, se morirá, aunque no lo quiera; se morirá usted y se morirán todos los que lean mi historia, todos, todos, todos sin quedar uno! ¡Entes de ficción como yo; lo mismo que yo! Se morirán todos, todos, todos. Os lo digo yo, Augusto Pérez, ente ficticio como vosotros, nivolesco lo mismo que vosotros. Porque usted, mi creador, mi don Miguel, no es usted más que otro ente nivolesco, y entes nivolescos sus lectores, lo mismo que yo, que Augusto Pérez, que su víctima…”
El padre Aranguren en la novela se manifiesta en estos términos: “Pero lo que más triste le pareció fue pensar que, en realidad, la vida bien pudiera ser un simple relato ficticio. Una pantomima que, a modo de fachada, se sucediera para preservar en la sombra las crudas realidades del crisol de lo prohibido.”.
Pedro, leo al escrito de “El crisol de lo prohibido” y siento el latido unamuniano. Nadie puede ser yo sin un cuarto propio, sin un armario donde almacenar lo que tu denominas “lo prohibido”.
Quiero pensar que el escritor de “El crisol de lo prohibido” también comparte con Valle-Inclán ese gusto ceremonioso por las grandes catedrales, por el misterio y el rito, por la conciencia de que fuera hay alguien que crea y que se divierte con jodida saña y denodado esfuerzo con nuestro destino.
Estructura de la obra
La novela “El crisol de lo prohibido y una mujer que desaparece” presenta dos historias, como dos hemisferios unidos por una conjunción que separa dos tramas, dos enfoques: el ámbito de lo prohibido (el humano batallar con nuestras pulsiones; la historia que tú querías contar) y una desaparición (el motor de la trama). Una novela de las que ahora podríamos calificar, sin entrar en matices, como “negra”, o quizá no lo sea. Todo depende de si ya la han leído. Patricia Highsmith definía la novela de misterio como aquella en la que la acción se desarrolla a partir de un hecho de naturaleza violenta. ¿Hay algún hecho de este tipo en el libro? ¿Una mujer que desaparece es motivo suficiente? Les invito a leerla si aún no lo han hecho.
Aquí, el misterio, la desaparición, es el vehículo conductor de una trama, que donde encuentra su máxima profundidad es en la pintura de las relaciones prohibidas que sustenta y que le sirven de escenario. El escritor goza dibujando lo prohibido, se regocija con las pasiones humanas, pero lo hace como un espectador, con la actitud de un confesor que repleto de historias inevitablemente inconfesables las desplegara sobre el tablero y jugara contra sí mismo, sin hacerse trampas, retando su inteligencia, aunque al final cediendo en algún punto.
Una de las grandes líneas argumentarles es la que explora la figura de Mario Casasola, mujeriego impenitente, pero leal, fiel en su propia infidelidad, atormentado cuando la estabilidad de su adulterio se quiebra, cuando su segunda relación se resquebraja para recomponerse en otros brazos. Orgulloso, seductor, insaciable.
Sin embargo, extrañamente, simpatizamos con él. Nos gusta su doble o quizá triple vida, al límite pero sin riesgos, evidentemente burguesa. Convengamos que no leemos para vivir nuestra propia vida; ni probablemente el escritor, que no Pedro, escriba para contar otra vida distinta a la suya. En realidad al escritor no le interesa el divertimento sentimental, sexual, realmente lo que le fascina es su jugar a creador, enfrentar al ser humano frente al universo que desconoce:
“A fin de cuentas, pensó [Mario Casasola], qué coño le importaba al cosmos su vacío, su desazón, su herida abierta…”
Mario es un hombre ante todo profesional, otro diletante de la vida. Corazón roto, herido en su orgullo, pero ante todo hombre de su Juzgado de Instrucción: “Quizá le apeteciera echarse a morir en el sofá y llorar hasta que el corazón le reventara; pero era miércoles, semana de guardia, y el trabajo no admitía réplicas de ese tipo.”
La novela no es una obra del Romanticismo, no hay un Werther pronto al suicidio. Esto es siglo XXI y la vida sigue más allá de las rupturas y las pasiones, siempre queda un día después en la oficina, un correo electrónico que responder, un mensaje de whatsapp que suspende toda nuestra vida en el tiempo.
Arturo Calderón define su matrimonio como sencillo y convencional. “Somos un matrimonio con sus pasiones y sus desavenencias, como cualquier otro. Nos llevamos bien. No hay ningún rencor oculto ni ningún conflicto destacable.” En realidad todas las relaciones en la novela parecieran estar abocadas a esta insufrible o deseada normalidad. En realidad Mario Casasola, el principal personaje masculino de la primera parte de la novela “A simple vista […] no era un hombre atractivo, pero su estampa era agradable. Poseía sus propios artificios de seducción.”
Mario somos nosotros, es el escritor, que busca de alguna manera como Machado amar “cuanto ellas puedan tener de hospitalario”. Un corredor de fondo de las relaciones, largas y simulténeas, un hombre que no sabe decir que no.
En la novela los personajes juegan con dos barajas: tener un amante siempre ha sido algo muy civilizado que dirán los franceses; sin embargo, como Mario señala hablando de Eva Monteiro: “Lo que ella más añoraba era estar tranquila y vivir su matrimonio en paz. No la veo introduciendo el factor número tres.”
Prosa en la novela
Hagamos un inciso antes de continuar por el segundo sendero de la novela.
La prosa en la obra es evocadora. No solo evocan las palabras que emplea el autor, sino también otros textos de Pedro rescatados del baúl del tiempo. Comienza la misma: “El hombre del traje color castaño llevaba varios días adaptándose a los aires de una ciudad que no era la suya. Ni siquiera recordaba cuánto echaba de menos sentir dentro de sus pulmones la balsámica brisa de la costa. Aquel sentimiento apátrida le recorrió los huesos como un escalofrío maldito, pero esa sensación tampoco le extraño.”
El hombre del traje… ¿qué representa esta imagen para Pedro? Buceando en la hemeroteca de Internet, encontré un texto de hace 10 años, de 2005.
“Me reconozco sentado. Con las piernas estiradas y la espalda apoyada en una superficie lisa. Un recuerdo irrumpe en medio de mis pensamientos. El único recuerdo. El hombre del traje gris. ¿Dónde estoy?… siento miedo de repente. La tranquilidad que me rondaba comienza a esfumarse poco a poco como un ejercito en retirada… Tabaco. Necesito tabaco. Eso era lo que quería aquel hombre. Yo no lo tenía. Recuerdo las palmas de mis manos sudorosas rebuscando en los bolsillos. Temblorosas. De nuevo la mirada de aquel hombre se entromete en mis recuerdos. Abarcándolo todo. Aquellos ojos casi felinos. Amarillos. Vidriosos. No tengo tabaco. Ayer acabé el último paquete. No sé qué contestarle. Percibo el miedo. Mi negativa es un mal augurio.”
Es probable que ni tú recuerdes amigo Pedro aquella atalaya en la red a la que te empujé en los años febriles de la blogosfera: El pájaro espino. Un espacio que dejaremos en el aire para que tu exégetas del futuro dentro de algunas décadas hilen historias con “inéditos” textos tan desconocidos como públicos en el hiperespacio.
Tu estilo ha estado ahí siempre, madurando a lo largo de una década, durante más de una década. Pedro, en tu otro yo poeta, también fuiste pródigo en pseudónimos, incluso en suplantaciones, si ya podemos hablar con la tranquilidad de lo prescrito. Recuerdo aquellos concursos de poesía en los que faltaban categorías y ediciones para que tú ganaras.
Bernardo Aranguren
Entre tus muchas vocaciones Pedro veo trazas de ti en la figura de Bernardo Aranguren, sacerdote jesuita, herido en el Salvador y confidente de Mario Casasola. Secretamente, si a modo de la serie Perdidos, hubiéramos de figurarnos que es todo esto que acontece, me gustaría pensar que es Bernardo el mensajero entre el creador y los hombres, el verdadero demiurgo de la obra que se rebela ante el autor por la crueldad de sus movimientos, por su certeza de una última justicia universal, una transparencia final que hará que, ojo es terrible, todo lo que ahora podamos cometer bajo la salvaguarda de nuestra conciencia y de nuestro secreto el día de mañana será sabido. Sí, amigo Pedro, el escritor de esta obra, dibuja un Gran Hermano ad eternum, somos pues objeto de un experimento de los dioses como Augusto recordara a Unamuno.
Dice el padre Aranguren: “El motivo que, a la mayoría, a veces también a este pobre pecador, nos impide realizar actos inmorales o malas acciones no es, en su mayor porcentaje, el sólido posicionamiento en el bando de lo moralmente correcto, sino la falta de garantía de su eterno encubrimiento.”
Nos dibuja la novela en el plano de lo moral un lienzo último a modo de El retrato de Dorian Gray donde nuestra alma va dejando retazos de impureza y es el temor de que esa pintura se revele lo que hace que no nos dejemos llevar por nuestras pulsiones. Ese impulso creador aparece en otro de los personajes centrales de la novela, Eva Monteiro, pintora que se expresa a través de la pintura, pintura que revela, revelará, el alma humana y su propio destino en la obra.
Pedro, el escritor en la novela, se deja ver con una fuerte presencia moral.
“Las sombras danzaban silenciosamente por la estancia, envolviendo a los amantes en el cálido manto de lo prohibido.”
Deja volar lo prohibido, lo oculto, pero lo censura al tiempo aunque humanamente lo comprende y duda. Lo hace de la mano del padre Aranguren: “Es posible que, al final de todas las cosas, Mario Casasola haya amado y experimentado emociones dichosas y sensaciones para las que solo el hombre está creado. Es posible que su sana naturalidad frente al amor sea mucho más sincera y humana que mi espíritu de contención.”
Con todo, pese a esta duda, persiste el juicio moral, casi a modo de imperativo categórico kantiano. Prosigue Bernardo Aranguren: “A veces Mario, no hay mayor infierno que la vergüenza de sentir que los demás saben exactamente lo que somos.” Estamos ante El adversario de Emmanuelle Carrère. No somos capaces de afrontar que los demás sepan lo que somos. Antes probablemente eligiríamos la muerte.
Pero en “El crisol de lo prohibido” esa es una conciencia expresada. Resuena la voz del narrador, como hiciera con tanta fuerza Honore de Balzac en su obra, en el fresco de la sociedad de su tiempo, aunque aquí, tiempos de posmodernidad, ya no hay una censura clara sino duda antes los comportamientos “prohibidos”.
Es justamente el personaje del jesuita el que sirve de bisagra para la segunda parte del libro en la que se desarrolla el argumento de “una mujer que desaparece”.
Aquí entran en acción dos personajes que adquieren una gran fuerza, pidiendo más historias al final del libro. Se trata del inspector de policía Abelardo Manresa y de la oficial Idoia Etxeberría. El paralelismo con los personajes de Lorenzo Silva es evidente: Rubén Bevilacqua y Virginia Chamorro, en este caso en el cuerpo de la Guardia Civil. Te animo Pedro a que mezcléis tramas.
Pedro siempre ha bebido de los clásicos del género de misterio. Más novela misterio que novela roja, que el noir norteamericano. Devorador de Agatha Christie, homenajea a su autora a través de la persona de Constanza Penafiel, amante del género y de tantos otros detalles. Echamos incluso en falta una lista alfabética de personajes para no perdernos, tan al estilo de la escritora británica. Entre otros referentes destacan los siguientes autores: Conan Doyle, Dashiell Hammet, Wilkie Collins, o Raymond Chandler. Añadiría que quizá me hubiera gustado ver a Pedro en los registros de Chesterton y su entrañable Padre Brown. Es entre estas referencias donde me gustaría situar alguna de las compartidas conjuntamente, como la lectura que realizamos, quizá hace ya 20 años de El percherón maldito de John Franklin Bardin.
Toda novela de género negro, con un detective que se precie, cuanta además con una teoría del crimen detrás, un modus operandi. Abelardo Marensa le explica a su compañera: “Y si digo esto, Idoia, es porque no sólo se pueden cometer fallos cuando el crimen se ejecuta, también se pueden cometer después; en las horas siguientes o en los días y meses sucesivos. Por eso nuestra labor ha de ser tan paciente y la vigilancia tan estrecha. Porque la escena del crimen sigue ampliándose en el tiempo y en el espacio hasta tanto no demos con el culpable. De ahí que, al contrario de los que se prodiga en las novelas de misterio, nuestro trabajo no se puede limitar a recabar indicios.”
El método, siempre volvemos al método cuando de novela de misterio se trata. Siempre recuerdo en este punto al carismático inspector Maigret, de Simenon.
Si bien la novela está exenta de violencia explícita, el hombre del traje marrón depara momento intensos. Suya es una de las frases más turbadoras: “En realidad, pensó, la prisión solo duele la primera vez.” Al asomar la violencia, la novela se espesa, adquiere tensión y dramatismo. Es probablemente uno de los caminos que el texto deja abiertos y por explorar.
Costablanca
No me gustaría finalizar sin cometer un pequeño acto de rebeldía que hago aún a riesgo de estar en Málaga. Has manifestado en más de una ocasión que la Costablanca en la que transcurrre la acción es en realidad esta hermosa ciudad que nos acoge y que habitas; sin embargo, como granadino me resisto a aceptar esto:
- Que esa supuesta Costablanca haga referencia a un entorno marítimo. Más bien considero que se trata de una aproximación metafórica a un espacio de verde fértil en el que desemboca la ciudad. Algo así como la vega granadina.
- “El Palacio de Justicia” debe a todas luces estar vinculado con el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía.
- “Las urbanizaciones de la parte alta de la ciudad” están en el Serrallo o los limítrofes pueblos residenciales.
- El “Pantano de Puertoaullido” a no muchos kilómetros de la ciudad no puede ser otro sino el Pantano de Cubillas.
Cafeterías y calles, Pedro, por más que te empeñes me siguen recordando a establecimientos granadinos.
Dices que el mar hace la ciudad más abierta. Déjame responderte amigo con las palabras de Carlos Cano: “Granada vive en sí misma tan prisionera, que sólo tiene salida por las estrellas.”