Diversas
Hace aproximadamente un mes que leí París DF, novela del escritor mexicano Roberto Wong (blog), merecedora del premio Dos Passos a la mejor primera novela. Escuché hablar de ella en el programa de radio La estación azul de Radio Nacional de España, me gustó su planteamiento y no dude en pasar por la librería.
Lo más sugerente de la obra es la ensoñación que guía la estructura del relato en el que se superponen dos geografías urbanas: París y México DF. Se trata de un ejercicio de ficción que he realizado multiples veces, incrédulo de que las dimensiones, los espacios, de diversas ciudades puedan convivir a un mismo tiempo, casi en un mismo universo. Me asaltan preguntas: ¿Cómo sería un rascacielos de New York en Granada? ¿Cómo serían las dimensiones de mi ciudad en comparación con otra? ¿Por qué tengo esa extraña sensación de que una ciudad con su arquitectura y urbanismo es necesariamente como es, no podría ser de otro modo, pero al mismo tiempo no podría convivir con otra de formas y proporciones distintas? Imaginemos una calle en la que una acera correspondiera a Londres y la otra a Madrid. ¿En qué manera podría un río como el Támesis atravesar una ciudad como DF? ¿Cabe una ciudad dentro de otra? ¿Tiene si acaso sentido la pregunta?
Wong hace un planteamiento muy interesante en este libro. El protagonista Arturo, que siempre ha soñado con viajar a París, imagina cómo sería esta ciudad en relación a la que vive y padece, México DF.
“La idea me vino a la mente con un eco: París tiene una superficie de 105 kilómetros cuadrados, alrededor del siete y medio por ciento de la Ciudad de México. Si quisiéramos saber a que espacio físico del Distrito Federal correspondería esta área, primero tendríamos que definir un centro, el punto inicial desde el cual fuera posible circunscribir esta extensión.
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Sobrepuse dos mapas y comencé a calcular. Lo que siguió fue escoger el lugar del que equidistan todos los puntos: República de El Salvador, 97, Farmacia París, epicentro alrededor del cual gira mi vida. En París, este centro debiera situarse en la catedral de Notre-Dame.
Lo demás fue sencillo: sobreponer el espacio resultante y hallar las coincidencias. Recorrer en el Distrito Federal una serie de coordenadas a partir de este mapa significaba recorrer el París consecuente del otro lado del orbe. Un París imposible, pero no menos real. Una ciudad imaginada no tendría por qué ser menos memorable.
Así, París estaría delimitado en oriente por el aeropuerto Benito Juárez, hasta el bosque de Chapultepec por el otro lado. El Boulevard Périphérique sería Eje 3 Norte y Ángel Urraza en el sur, que después se convierte en Independencia. La Torre Eiffel estaría en Reforma e Insurgentes. Trocadero sería Sullivan. Sacré-Coeur estaría en Tlatelolco, a la altura de la Plaza de las Tres Culturas.
El vértigo fue asombroso. ¿Qué sentir, si no, al ver que Chapultepec coincidía con el Bois de Boulogne? ¿O que el museo del Louvre se ubica en el mismo punto que Bellas Artes?
[…]
Tenía ante mí la llave del azar, el mecanismo para activar la probabilidad. Un engaño, quizá, pero ¿qué no lo es? Es curiosa la manera en que las cosas se esfuerzan en anudarse unas con otras, como calcetines enrollados en una lavadora.”
Se trata de un ejercicio que yo mismo hice este año cuantificándolo con la ayuda de Google Maps. Mi par de ciudades son París y Granada. El primer mapa es un recorrido a pie desde mi barrio a la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales, atravesando el Albaicín. En total 4,7 kilómetros, unos 55 minutos.
Pero ¿a qué corresponderían estas dimensiones en una ciudad como París? Estos son los resultados. Por un lado, desde el Barrio Latino, en el cruce de Boulevard Saint-Michel con Boulevard Saint-Germain, una zona en la que viví unos meses, hasta la Basílica del Sagrado Corazón (4,5 km.).
Por otro lado, también desde el Barrio Latino hasta el Arco del Triunfo (4,7 km.). Notables espacios que dignifican en términos de dimensiones a la pequeña ciudad de Granada.
Así podría caminar Granada como si caminara París, como hace Arturo, el protagonista de la novela deambulando por DF. Un joven atrapado por una realidad de la que no puede escapar a pesar de sus sueños.
“No debería hablar de mí, pero lo haré: me llamo Arturo, tengo treinta y tres años, estudié Lengua y Literatura, trabajo en una farmacia y siempre quise viajar a París.” (p. 14)
Todo empieza con la muerte que presencia en la farmacia en la que trabaja, la muerte de un pobre atracador, que cae abatido por la policía en sus manos.
“¿Cuáles son los hitos de una vida promedio?, pensaba. El primer amor. El verdadero amor. El primer empleo. Un ascenso. Casarse. Mudarse. Una película o un espectáculo. Ver el mar. Algún viaje. Volverse un poco más pusilánime. Aguantar los gritos de tus hijos. Perder el interés. Saber que nada vale la pena. Morir.” (p. 59)
Todo ello dispara un viaje al fondo de la noche, de su noche, un examen de su vida que en nada se parece a la que soñara vivir, fruto del azar.
“Lo único que puede arreglar tu vocación de cosa rota es una cerveza. Al llegar al D.F. evitas mirar el mapa: sabes que algo se revelará apenas des la vuelta a la esquina, otra pieza más de ese rompecabezas que alguien ha llamado París. ¿Por qué seguir? Tal vez siempre te ha seducido el azar, accidentes que, elevados a la enésima potencia, rompan lo establecido, lo común, lo que das por sentado.” (p. 97)
Una primera novela prometedora pero aún un ensayo de otras obras por venir. Mejor planteada que desarrollada.
Otras reseñas: Casi todas las letras o El placer de la lectura.