Leí esta breve novela, que no llega a las doscientas páginas, entre Bubión y Granada en los últimos días de febrero, primeros de marzo. El
En los años 30 se trasladó a Hollywood donde murió de forma repentina mientras trabajaba en los borradores de la película King Kong, a la postre su legado más perdurable. Si atendemos a las cifras de su producción (entre otras obras, 18 obras de teatro, 957 relatos breves, y unas 170 novelas), nos encontramos, como apuntaba The Economist, ante uno de los autores más prolíficos del siglo XX y a la par de los más desconocidos actualmente en su país, donde se pueden encontrar editadas pocas de estas novelas.
Edgar Wallace contribuyó al desarrollo del “thriller”, una estructura que se va desplegando como una secuencia en la que ningún personaje dispone de toda la información suficiente para resolver un caso que acaba finalmente desvelándose, uniendo todas las piezas que han ido apareciendo.
En este caso, El hombre que no era nadie constituye un buen ejemplo de esta propuesta en la que no hay ningún detective o policía que conduzca la búsqueda del misterioso asesinato de Sir James Tynewood. En la novela, aparece Sudáfrica como un lugar en donde hacer fortuna, mostrando el conocimiento adquirido por Wallace sobre el terreno. La trama se desenvuelve de manera lógica, unos hechos desencadenan otros, sin la aparente intervención de nadie que busque desentrañarlos.
Un libro fácil de leer, bien construido, aunque con unos personajes que no están dibujados con profundidad. Quizá algo alejado al tipo de novela de suspense actual.