Mis últimas
La novela desarrolla el personaje del carismático de Philip Marlowe cuyos incisivos diálogos y comentarios y su cínica visión del mundo configuran a un detective irrepetible (y, por cierto, recientemente resucitado por Benjamin Black). Valgan los siguientes fragmentos de ejemplo.
“… no soy coleccionista de antigüedades, excepto de facturas impagadas.” (p. 27)
“Sabía tanto de libros como yo de manejar pulgas sabias en un circo. “ (p. 29)
“Los cadáveres pesan más que los corazones destrozados.” (p. 48)
“Su voz era de la un hombre que ha dormido bien y que no debe demasiado dinero.” (p. 50)
“Que yo no estaba a prueba de balas era una idea a la que había tenido que acostumbrarme.” (p. 81)
De procedimiento expeditivos, Marlowe es un investigador privado vocacional e inclinado a “meterse en líos”, algo que el lector agradece.
“- ¿Y por ese importe está usted dispuesto a meterse en líos con la mitad de la policía de este país?
– No me gusta -dije-. Pero ¿qué diablos voy a hacer? Tengo un caso. Vendo lo que tengo que vender para vivir: el valor y la inteligencia que Dios me dio y buena voluntad para aguantar empellones con el fin de proteger a un cliente. Está contra mis principios el contar todo lo que he contado esta noche sin consultar al general. En cuanto a arreglos, he estado en la policía yo mismo, como usted saber. Salen a diez céntimos la docena en cualquier gran ciudad. Los policías se ponen muy dignos y enfáticos cuando un extraño intenta ocultar algo, pero ellos lo hacen a cada momento para complacer a sus amigos o a cualquiera con un poco de influencia. Además, aún no he terminado; aún estoy en el caso. Volvería a hacer lo mismo si se presentara oportunidad.” (p. 122)
Esa capacidad para meterse en líos es especialmente interesante en su relación con las mujeres de la novela. No ajeno a cierta misoginia, hasta cuatro rubias tan atractivas como peligrosas pasan por estas páginas. A pesar de tener a alguna esperándole desnuda en su cama, lo máximo que Marlowe se permite es un beso helado con uno de ellas.
“Llovía de nuevo a la mañana siguiente; una lluvia gris como una cortina de cuentas de cristal. Me levanté cansado y me quedé mirando por la ventana, con un sabor oscuro y áspero a Sternwood todavía en mi boca. Estaba vacío como el bolsillo de un espantapájaros. Fui a la cocina y me bebí dos tazas de café negro. Se puede tener resaca de otras cosas además que de alcohol. Yo la tenía de mujeres. Las mujeres me ponían malo.” (p. 166)
Muchos de los diálogos con las mujeres de la novela son tensos y vibrantes.
“ – Es usted la bestia más insensible que he conocido, Marlowe. ¿O puedo llamarle Phil?
– Claro.
– Puede usted llamarme Vivian.
– Gracias, mistases Regan.
– ¡Váyase al diablo, Marlowe!” (p. 68)
La trama de El sueño eterno gira en torno a una temática inesperada: el negocio de la pornografía clandestina. Temas como la reputación o el chantaje se esbozan en la novela.
“Tanto las fotos como el texto eran de una indecencia indescriptible. El libro no era nuevo. Había fechas estampadas en una hoja en blanco, fechas de entrada y salida. Un libro prestado. Una biblioteca que prestaba libros obscenos.” (p. 34)
Marlowe no se entiende sin el whisky, lugar común de muchos personajes de otros autores, entre ellos el protagonista de Galveston, de Nic Pizzolatto, la siguiente novela que he leído.
“Me fui a la cama lleno de whisky y desazón, y soñé que un hombre con túnica china ensangrentada perseguía a una muchacha desnuda que llevaba largos pendientes de jade, mientras yo corría tras ellos e intentaba hacerles una fotografía con una cámara vacía.” (p. 49)
Se va a la cama con desazón y se despierta con preocupaciones. Ese es el día a día de Marlowe.
“Era una hermosa mañana, de esas que hacen que la vida parezca sencilla y suave si no se tienen demasiadas preocupaciones. Yo las tenía.” (p. 52)
Todo ello hasta llegar al sueño eterno. Supongo que todos acertamos a adivinar cuál es.
“¿Qué importaba dónde se yacía una vez muerto? ¿En un sucio sumidero o en una torre de mármol en la alto de una colina? Muerto, se estaba durmiendo el sueño eterno y esas cosas no importaban. Petróleo y agua eran lo mismo que aire y viento para uno. Solamente se dormía el sueño eterno, sin importar la suciedad donde se murió o donde se cayó.” (p. 235)