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Libro: “Los crímenes de la viuda roja” de Carter Dickson

Los crímenes de la viuda roja es un ejemplo de novela enigma que se encuadra dentro de los misterios de cuarto cerrado. Los cuartos cerrados en los que sucede una muerte violenta imposible de explicar tienen su atractivo por el desafío creativo que suponen para el escritor y por el reto que presentan al lector. Son ya varias las novelas de este tipo que he leído: desde el clásico de Leroux, El misterio del cuarto amarillo, hasta Muerte en la rectoría, de Michael Innes.

La obra es de Carter Dickson, unos de los pseudónimos de John Dickson Carr (1906-1977) prolífico autor estadounidense. Pese a su nacionalidad su estilo lo sitúa más próximo a los autores británicos. No se trata de novela negra norteamericana sino más bien de enigmas próximos a Sherlock Holmes. Se trata de un autor cuya popularidad, al igual que Edgar Wallace, ha pervivido más en terceros países a través de las traducciones que en Estados Unidos o Reino Unido.

Los crímenes de la viuda roja constituye un buen ejemplo de la obra de su autor: el caso de una extraña muerte en un cuarto de una mansión londinense que lleva sin abrirse décadas y sobre la que pesa la maldición de que cualquiera que pase más de dos horas solo entre sus paredes será encontrado muerto. El relato presenta elementos aparentemente sobrenaturales aunque el trabajo de deducción del detective finalmente desvela el misterio que se esconde detrás.

El relato se inicia con un grupo de excéntricos personajes se congregan para, por sorteo, pasar dos horas en dicha estancia. Entre ellos, sin participar del juego encontramos la figura del detective H.M.

“De modo que allí estaba el gran H.M., del que Tairlane tanto había oído hablar al joven James Bennet; H.M., el antiguo jefe del contraespionaje inglés; H.M., tan totalmente desprovisto de vanidad, que sentía horror de mostrar su bondad natural y que usaba calcetines blancos. Su enorme silueta se recortó en el marco de la puerta, con su cráneo calvo, su cara de Buda, sus gruesas gafas cabalgando en la punta de la nariz y los ángulos de su boca contraídos como si sorbiese un huevo podrido. Una atmósfera de sentido común parecía acompañarlo. H.M., que era a la vez médico y abogado, hablaba con una especie de regañona afabilidad.” (p. 35)

No hay una construcción profunda de los personajes. Si H.M. interviene es como testigo de un misterio que se va a producir y como el artífice de su resolución.

” – ¡Husmeo sangre, he ahí todo! -respondió H.M., con la mayor seriedad, olfateando como el ogro de la pantomima-. Es cuanto puedo decirle. La sangre está por ahí, muy cerca; hay sangre en alguna parte…, quizá la muerte misma. Y, no obstante mi inteligencia lucha contra esta impresión puramente física. Tal vez, en el fondo… -indicó un punto en su pecho que, manifiestamente, quería designar su corazón-. Deseo verlos proseguir este juego estúpido…, sencillamente porque me encuentro ante un problema imposible de resolver. Así que mi intención no es intervenir. Les aconsejo abandonar la experiencia. Pero si lo quieren… ” (p. 55)

Sin caso H.M. no puede intervenir. Necesita un reto, un problema lógico.

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Esteban Romero Frías

Catedrático de la Universidad de Granada. Vicerrector de Innovación Social, Empleabilidad y Emprendimiento. Innovando desde MediaLab UGR. Transformando desde ReDigital.