Las tragedias no sólo acontecen a una distancia física de donde nos encontramos sino también cultural. Sentimos el terrorismo
El asesinato de al menos 147 estudiantes, en su mayoría cristianos, del Garissa University College fue perpetrado el jueves pasado por la milicia yihadista somalí Al Shabab. Coincidiendo con la Semana Santa el Papa ha lamentado el “silencio complice” ante la matanza. Martin Luther King se pronunciaba en este mismo sentido: “In the End, we will remember not the words of our enemies, but the silence of our friends.”
Garissa está en Kenya no muy lejos de la frontera con Somalia.
El Garissa University College era una escuela técnica hasta que en 2011 se vinculó a la Moi University y comienzó a ofrecer grados superiores, especialmente en áreas de tecnología y negocios. Cuenta con una plantilla de entre 100 y 200 personas sirviendo a más de 800 estudiantes.
La educación es el único motor para el progreso de los pueblos. Atacar la educación constituye uno de los mayores atentados contra nuestra humanidad: contra la cultura, contra las sociedades abiertas y críticas, contra la pluralidad. En este caso además se ataca directamente la libertad religiosa. Tristemente los atentados contra niños y jóvenes que estudian por ganar un futuro mejor no son algo nuevo: los 43 estudiantes asesinados en Iguala (México) o el caso de Malala, la niña paquistaní, por mencionar dos que guardo en la memoria.
Siempre me ha parecido falaz esta idea de que si uno denuncia un acto, debiera denunciar todos los actos. Levantar la voz en un momento determinado no responde a un cálculo racional de equidad y justicia universal. Sin duda el impacto mediático de determinadas noticias contribuye mucho a que nos sintamos afectados por unos hechos más que por otros; no obstante está también en nuestra libertad hacer que lo aparentemente lejano se acerque y que sea también nuestro, que nos duela como si de verdad los asesinados lo hubieran sido en nuestra aulas.