La situación derivada de la crisis del COVID-19 ha trastocado los complejos y a veces precarios equilibrios sociales sobre los que se construyen nuestras sociedades. Son comunes las reflexiones y posicionamientos que abordan la salida de este confinamiento desde la convicción de que todo va a cambiar o de que probablemente pocas cosas lo hagan. Un ejemplo del primer caso es Castells, que señala que desde un punto de vista global estamos ante “el fin de un mundo. Del mundo en el que habíamos vivido hasta ahora”; mientras que, con un punto de vista opuesto, se posiciona Sampedro, que vaticina que “la gente se olvidará del coronavirus, los daños económicos acabarán asumidos por las clases bajas y medias, la ciencia volverá a no importarle a nadie y la desigualdad intolerable seguirá medrando en unos sistemas económicos que ya estaban al límite de la maldad psicopática.”
La palabra desigualdad es una referencia común al referirnos a las consecuencias de la actual crisis mundial. Afirma Judith Butler (2020: 62) en relación con los efectos de la pandemia: “La desigualdad social y económica asegurará que el virus discrimine. El virus por sí solo no discrimina, pero los humanos seguramente lo hacemos, modelados como estamos por los poderes entrelazados del nacionalismo, el racismo, la xenofobia y el capitalismo.” Constatamos desigualdad en la forma en que se distribuyen las víctimas (personas de mayor edad en general, los negros en Estados Unidos); desigualdad al obtener unos ingresos mínimos de subsistencia, particularmente por aquellas personas que vivían en la economía informal; desigualdad al mantenerse activos en tanto que esenciales aquellos trabajos vinculados con los cuidados, el comercio vinculado a la alimentación, la producción de alimentos en entornos rurales, las personas encargadas de la logística, los repartidores, todas ellas ocupaciones que venían de sufrir un empobrecimiento económico y simbólico.
Estas son desigualdades visibles en mayor o menor medida; sin embargo, la desigualdades que más me interesan e inquietan en estos días son las invisibles. Hemos sufrido un proceso de “privatización” y ocultamiento de la desigualdad en tanto que los espacios públicos compartidos de las calles, las plazas, las escuelas, los comercios, los centros de trabajo, se ha cerrado. Algunos de ellos entendidos como los “no-lugares” que conceptualizaba Augé (1993) para referirse a los lugares de transitoriedad que carecían de la suficiente entidad como para tener un identidad propia. Lugares de paso, de intercambio, pero al mismo tiempo también de encuentros emergentes, como precisamente evidenciamos en estos días en que carecemos de ellos. Los espacios públicos permitían visibilizar, en un espacio común y compartido, el diverso acceso a recursos, a tiempo, a conexiones; permitiendo también que la comunidad o las instituciones intervinieran sobre ello. Así, por ejemplo, la escuela actuaba como un lugar igualador, donde no todos llegan con las mismas facilidades pero donde todos sí gozan de un ecosistema de protección y apoyo, que ahora se ha desvanecido. No solo hablamos del acceso a capital simbólico y cultural sino también de servicios básicos como los de comedor o como los de actividades extraescolares, que permiten en muchas ocasiones sostener actividades laborales que se extienden temporalmente durante la mañana y la tarde. Todo esto se ha esfumado de la noche a la mañana, resultando complejo y a veces imposible acceder a las nuevas realidad que se viven en cada hogar. Se están produciendo nuevas formas de “expulsión”, como plantea Sassen (2015).
A modo de ejemplo, en la escuela, comparto algunas de las situaciones contadas en su perfil de Twitter por Eusebio Córdoba (@eusebiocordoba), director de un CEIP en Archidona:
Alumnx 1 chico de buen rendimiento, con situación familiar complicada. El colegio era su vía de escape. Después de 4 días sin contacto llamo a su casa. El padre en no muy buen estado me contesta. Después de 2 semanas, 0 contacto y ninguna de las tareas // propuestas realizadas. No atiende ni correo del colegio. Su trabajo en los 2 primeros trimestres fue bueno pero ¿? Me imagino que estar 24 horas del día en esa realidad le debe estar afectando bastante. ¿se estará relajando? [tuits]
Segundo alumnx: familiar con una situación de salud complicada, en casa poca conexión a internet y otra hermana con la que comparte un único dispositivo con el que trabajar. Poca comunicación y tardía, aunque se va consiguiendo que se enganche. [tuit]
Son repetidas las noticias en este sentido, por ejemplo en barrios urbanos de zonas de clase media:
Noelia Otero es la jefa de estudios de un colegio público de educación bilingüe del distrito capitalino de Chamberí y detalla lo siguiente: “El 80 por ciento de los alumnos del centro tienen una buena situación en estas semanas, pero un 20 por ciento también sufre carencias porque no tienen ordenador y wifi y porque sus familias no pueden echarles un cable con habilidades como el inglés”.
El caso de la escuela es uno de los muchos ámbitos donde podemos desarrollar este planteamiento. En otros casos podemos referirnos a centros de trabajo donde todos los trabajadores pueden contar con los mismos recursos para realizar su actividad. O los parques donde las personas más mayores pueden gozar de un jardín o los más pequeños de unos juegos, todos en compañía.
Ahora tomamos especial conciencia de todo aquello que hemos perdido en lo común, limitándonos únicamente al conjunto de posibilidades que nos ofrecen los recursos, las conexiones y la limitaciones de la vida privada en el hogar. De puertas adentro, donde las únicas ventanas son las redes, en las que las personas o lo algoritmos, en última instancia, huyen de mostrar lo triste, lo precario.
Las desigualdades en el hogar pueden ser de naturaleza muy diversa. Enumero algunas:
- Niños sin acceso a recursos digitales para seguir las clases, en entornos más desfavorecidos, con menos atención de sus mayores. De la (des)conexión (500.000 menores viven en casas sin ordenador) también se derivan riesgos de la sobreexposición a la red.
- La desconexión a Internet o la carencia de dispositivos informáticos adecuados condicionan también las posibilidades de teletrabajo y de mantenimiento de las redes sociales a través de medios virtuales así como el acceso a recursos culturales digitalizados.
- Entornos familiares con personas que trabajan en sectores expuestos al virus con el consiguiente miedo al contagio e incluso con un autoconfinamiento impuesto.
- Mayores que viven en soledad, frente a aquellos que viven en familias o en residencias en muy diversas condiciones.
- Personas con diversidad funcional o personas dependientes.
- Confinamientos en viviendas abarrotadas e inadecuadas, con o sin niños, mascotas, con luz natural o no, con balcón o no, en una primera planta o en un ático.
- Mujeres y menores sometidos a violencia de género.
- Entre otras.
Sin bien, más que la especificidad de cada una de estas desigualdades me interesa el lugar en el que ocurren y el modo en que este condiciona su expresión y las estrategias de resistencia, particularmente en el caso de los niños y niñas en edad escolar.
Estos dos apuntes que relacionan desigualdad y salud son reveladores de los riesgos actuales. Por un lado, Manuel Franco, investigador en epidemiología y salud pública, subraya que las crisis exacerban las desigualdades y que “la capacidad de asumir el distanciamiento físico será mayor para las personas confinadas que dispongamos de ciertos recursos en nuestras casas, barrios y ciudades”. En definitiva, “las desigualdades sociales crean y perpetúan las desigualdades en salud”. Por otro, Ana V. Diez, decana de la Escuela de Salud Pública Dornsife (Drexel University, Filadelfia) explica que “el aislamiento social no solo afecta la salud mental, también puede afectar el desarrollo y la evolución de muchas enfermedades crónicas y otros problemas de salud”. Desigualdad y salud van por tanto de la mano.
En este sentido, finalizo apuntando una lectura que va más allá de nuestra situación como país. Apunta Sassen (2015: 17) que “debajo de las especificidades nacionales de las diversas crisis globales se encuentran tendencias sistémicas emergentes conformadas por unas pocas dinámicas básicas”. Detrás de fenómenos que podemos denominar “chinos” o “franceses” hay un hilo común. Estimo que la actual crisis es un ejemplo excepcional donde políticamente líderes como Trump intentan situar la idea del “virus chino” a pesar de que su país es el más afectado en número absolutos. Al mismo tiempo, la respuesta china a la crisis, que hace un mes nos resultaba impensable que se pudiera practicar en un país mediterráneo como el nuestro ha sido ampliamente aceptada y extendida por la mayoría de la población. Tanto en la desigualdad como en la respuesta a ella encontraremos también líneas que riman entre sí y que nos recuerdan que no somos excepcionales.
Medidas para paliar las desigualdades en el hogar
Me gustaría apuntar algunas medidas que pueden apuntar salidas a esta difícil situación derivada de la invisibilización de las desigualdades en el hogar.
1) Renta básica universal. En muchos casos la falta de recursos derivados de actividades que dependían de la economía informal y que por tanto carecían de protección pública, genera serios problemas en esta crisis. Si bien el gobierno contempla en sus acuerdos el desarrollo de una medida de este tipo, se esperaba para después del verano. Las últimas noticias apuntan a que en unos días se aprobará una medida temporal en este sentido. Actualmente además se trata de una medida que ha encontrado apoyos en el lado liberal como es el caso de De Guindos o Toni Roldán. No habrá otra oportunidad mejor de probarla y de valorar su extensión en el futuro evaluando su funcionamiento. No se trata de una ayuda progresiva en su concesión, ya que se concibe como un derecho. En buena medida se podría recuperar a través de un impuesto especial para aquellos que no la necesitan porque han tenido ingresos.
2) Política municipal puerta a puerta. Más que nunca es el momento de que las administraciones más cercanas, tejan, a través de sus servicios sociales o en colaboración con iniciativas ciudadanas, redes de atención a aquellos barrios y familias que potencialmente puedan tener necesidades, en una aproximación personalizada que no victimice a aquellos que experimentan carencias. Se podría de este modo atender necesidades referidas a la conexión a Internet, a los dispositivos digitales disponibles, a ayudas en relación a acceso de atención médica u otros recursos que puedan ser necesarios.
3) Innovación social desde lo global a lo local. Son muchos los ejemplos de colaboración y solidaridad que se están produciendo durante estos días en distintos niveles, mostrando la fortaleza de la participación ciudadana y de la innovación social. Un ejemplo claro es Frena la Curva (https://frenalacurva.net/), una plataforma ciudadana, que en toda España y en diversos países iberoamericanos, cuenta con voluntarios, emprendedores, activistas, organizaciones sociales, makers y laboratorios de innovación pública y abierta, que cooperan para canalizar y organizar la energía social y la resiliencia cívica frente a la pandemia del coronavirus, dando una respuesta desde la sociedad civil complementaria a la del gobierno y los servicios públicos esenciales.
4) Colaboración Universidad – Sociedad. Las universidades tienen un papel fundamental en los lugares en los que se arraigan. Es fundamental que en estos momentos desarrollen acciones transversales para la propio comunidad universitaria pero también para la ciudadanía en su conjunto con el fin de fomentar la solidaridad y la detección y resolución de carencias. Un caso que hemos desarrollado estos días en la Universidad de Granada es
LabIN #UGRenCasa (https://ugrencasa.labingranada.org/), una iniciativa de la Universidad de Granada, promovida por la Dirección de Participación e Innovación Social – Medialab UGR, con el fin de crear un espacio de encuentro para la comunidad universitaria y la ciudadanía con el fin de proponer ideas para vivir mejor durante estas semanas de confinamiento o cuarentena y compartir experiencias sobre cómo esta crisis ha afectado a nuestras vidas y qué podemos aprender de ello para el futuro.
5) Análisis y previsión para el día después. Es preciso que lo que nos está ocurriendo actúe como un diagnóstico para el día después, de modo que visualicemos las desigualdades que se han producido y se intenten dar respuestas de forma sistemática, de cara ya no solo a una posible nueva emergencia, sino desde el convencimiento de que ponernos ese objetivo en el horizonte permitirá mejorar sustancialmente las condiciones de vida en un estado de normalidad.
Referencias
Augé, M. (1993). Los no lugares. Una antropología de la sobremodernidad. Editorial gedisa. Barcelona: España.
Butler, J. (2020). “El capitalismo tiene sus límites”. En: VV.AA. Sopa de Wuhan. ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio).
Sassen, S. (2015). Expulsiones. Brutalidad y complejidad en la economía global. Buenos Aires; Móstoles, Madrid: Katz, 2015.
Fotografía por Feliphe Schiarolli en Unsplash.