“Existen
Jim Thompson es un enfant terrible de la literatura negra.
Cuenta Guillermo Altares que
“Poco antes de morir en abril de 1977, Jim Thompson dio instrucciones a su mujer Alberta para que guardase todos sus escritos y soltó la bravata: “Espera y verás, me haré famoso unos diez años después de haberme muerto”. A pesar de lo acertado del pronóstico, es imposible saber si lo creía o era pura fanfarronería de un escritor que por entonces no era nadie. Su última novela importante, 1.280 almas, había aparecido trece años antes; su última participación destacable en el mundo del cine, el guión de Senderos de gloria, ahí es nada, data de 1957 y ninguna de sus novelas se publicaba en Estados Unidos.”
La vida de Jim Thompson está marcada por su padre, un sheriff corrupto que tras perder en las elecciones para el congreso por el partido Republicano el mismo año que nació el autor, huyó a México para evitar problemas por sus negocios sucios. Posteriormente hizo mucho dinero en el negocio petrolífero, dilapidándolo rápidamente.
La figura del padre nos remite directamente al personaje de la novela 1.280 almas, Nick Corey, el sheriff de Pottsville, un pueblo en Texas que, a principios de siglo XX, vive bajo la discriminación racial. 1.280 es de hecho la población de la localidad, contando los negros, “porque los leguleyos yanquis nos obligan a contarlos; pero los negros no tienen alma”, como manifiesta uno de los personajes.
“A veces creo que quizá se debe a ello el que no progresemos tanto como en otras partes de la nación. La gente pierde tantas horas de trabajo linchando a los demás y gasta tanto dinero en sogas, gasolina, emborracharse por anticipado y otros menesteres necesarios, que queda muy poco para fines prácticos.”
El propio Nick Corey es el narrador de la historia, un relato en primera persona. A pesar de que se presenta como una persona simple, tonta, objeto de burlas por buena parte del pueblo, Corey esconde una mente maquiavélica, perversa, convirtiéndose en un manipulador de libro con el único objetivo de mantener su poder. Él tiene claro cuál es su lugar en el mundo.
“- Bueno -dije-, ¿disculpa usted a un poste por encajar en un hoyo? Es posible que haya una madriguera de conejos en el hoyo y que el poste los aplaste. Pero, ¿es culpa del poste el que entre en un agujero hecho para que encaje?
– No es un ejemplo muy exacto, Nick. Usted habla de objetos inanimados. -¿Usted cree? -dije-. ¿No somos todos relativamente inanimados, George? ¿De cuanta libertad disponemos? Se nos controla por todas partes, nuestra estructura física, nuestra estructura mental, nuestro pasado; se nos moldea a todos en su sentido concreto, se nos determina para desempeñar cierto papel en la vida y, George, lo mejor es jugarlo, llenar el agujero o como mierda quiera usted decirlo, porque si no se derrumbarán los cielos y se nos caerán encima. Lo mejor es hacer lo que hacemos, porque si no, ocurrirá que nos lo harán a nosotros.”
Y cuáles son los límites de su acción como servidor público.
“Según la ley, yo debería estar al acecho de los grandes y los poderosos, de los tipos que realmente gobiernan este lugar. Pero no se me permite tocarlos, así que me veo forzado a equilibrar la situación siendo dos veces implacable con la basura blanca, los negros y los individuos como tú que tienen el cerebro perdido allá en el culo porque no encuentran otro sitio donde utilizarlo. Si señora, soy un trabajador de la viña del Señor, y si no puedo llegar muy alto me veo obligado a trabajar con mayor brío con las cepas que están abajo.”
A diferencia de lo que ocurre con el sicario Jorge Macías en Un asesino solitario, Jim Thompson consigue que no sintamos la más mínima identificación o empatía por el personaje, una hombre siniestro, cínico y despiadado.
“Puede que no parezca muy sensato el que un tipo se ponga a hacer cosas por un motivo que desconoce. Pero sé que he estado comportándome así toda mi vida. El motivo por el que había ido a ver a Ken Lacey, por ejemplo, no era el que yo había dicho. Lo había hecho porque había concebido un plan donde él encajaba… y ya sabéis en que consistía éste. Pero yo lo desconocía en el momento de recurrir a él.”
A pesar de que he leído una traducción de la novela, se percibe las tensiones de un texto que a duras penas es capaz de reproducir el slang que emplea Jim Thompson. El lenguaje es explícito, crudo, pornográfico, pero a la vez de una frescura envidiable.
“Siguió murmurándome cosas y restregándoseme, alegando que iba a ser una noche que yo no olvidaría jamás. Dije que apostaba a que ella tampoco y lo dije de veras. Porque tal como me sentía, vacío como una flauta y con los riñones hechos polvo, me temía que no hubiera fiesta cuando llegáramos a casa de Rose. Lo que significaba que ella sabría que yo había estado con Amy. Lo que también significaba que podía coger la pistola que había comprado aquel mismo día y dispararme en la zona culpable. Y con un recuerdo así, seguro que no me olvidaba jamás de aquella noche.”
Lawrence Block comenta que quizá sólo la distancia nos haya permitido reconocer el valor de la literatura de Thompson. El estremecimiento de una literatura lanzada como un derechazo directo al estómago.
“Yo había estado en aquella casa cientos de veces, cientos de veces en aquella casa y en otras cien como ella. Pero aquélla fue la primera vez que vi lo que eran todas en realidad. Ni hogares, ni habitaciones humanas, ni nada. Sólo paredes de pino que encerraban el vacío. Sin cuadros, sin libros, sin nada que pudiera mirarse o sobre lo que reflexionar. Solo el vacío que me estaba calando en aquel lugar.
De pronto dejó de existir en aquel punto concreto y se aposentó en todas partes, en todos las lugares como aquel. Y, súbitamente, el vacío se lleno de sonidos y volúmenes, de todos los sucesos implacables que tos individuos habían conjurado en el vacío.
Niñas indefensas que gritaban cuando sus propios padres se metían en la cama con ellas. Hombres que maltrataban a sus mujeres, mujeres que suplicaban piedad. Niños que se meaban en la cama de miedo y angustia, y madres que los castigaban dándoles a comer pimienta roja. Caras ojerosas, pálidas a causa de los parásitos intestinales, manchadas a causa del escorbuto. El hambre, la insatisfacción continua, las deudas que traen siempre los plazos. El cómo-comeremos, el cómo-dormiremos, el cómo-nos-taparemos-el-roñoso-culo.
El tipo de ideas que persiguen y acosan cuando no se tiene mas que eso y cuando se esta mucho mejor muerto. Porque es el vacío el que piensa, y uno se encuentra ya muerto interiormente; y lo único que se hace es propagar el hedor y el hastío, las lagrimas, los gemidos, la tortura, el hambre, la vergüenza de la propia mortalidad. El propio vacío.
“Me estremecí y pensé en lo maravilloso que había sido nuestro Creador al crear algo tan repugnante y nauseabundo, tanto que cuando se comparaba con un asesinato éste resultaba mucho mejor. sí, verdaderamente había sido una obra magna la Suya, magnífica y misericorde.”
Un autor que sin duda hay que conocer. Un clásico que algunos colocan junto a Hammet y Chandler.
El reconocimiento que el propio Thompson predecía ha llegado. Recientemente se ha publicado una aclamada biografía novela, Arte salvaje, de Robert Polito. Lawrence Block escribía en el New York Times: “But to hell with that. Jim Thompson, who received too little recognition during his lifetime, is getting rather too much of it now. So what? He still has things to tell us; his books are worth reading. Just keep in mind that it ain’t Shakespeare.”