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«Un asesino solitario» de Élmer Mendoza: conspiración y un nuevo lenguaje

Retomo las publicaciones en torno a mis lecturas. Llevo meses de retraso y al menos 12 libros sin comentar en lo que va de año.

Si bien hace unos días inicié Los detectives salvajes de Bolaño, no he podido evitar la tentación de volver a leer al maestro Élmer Mendoza en su tierra, en Sinaloa. Así que he hecho una pausa por la página 150 y he devorado en un par de día su primera novela, Un asesino solitario. Compré el libro en la librería México de Culiacán, cerca de La Lomita, y la he finalizado a las orillas del Pacífico en Mazatlán. Todos ellos, lugares en los que transcurre la acción de sus novelas. Si el contexto ayuda a leer una obra, esta es una prueba clara. Resulta difícil, quien sabe si imposible, la lectura de esta novela sin contar con un sinaloense cerca que nos sirva de diccionario y nos ayude a traducir el libro. El lenguaje es el principal elemento que asombra y apabulla en esta obra como luego apuntaré.

Élmer Mendoza se ha convertido en uno de mis autores más leídos. Lo recomiendo. No suelo repetir autor (hay tanto por conocer), pero de él llevo tres novelas en los últimos tres años. Empecé con Balas de plata (en 2013), El misterio de la Orquídea Calavera, el año pasado y ahora esta, su primera novela. Sólo leo a Mendoza en México.

Un asesino solitario es el testimonio en primera persona de un sicario, Jorge Macías, el Yorch. El narrador nos cuenta como si fuéramos su cuate, su bato, su carnal, cómo desde fuentes cercanas al poder lo contratan para que liquide al candidato del PRI a la elecciones presidenciales por medio millón de dólares. Política, corrupción, violencia, narco (aunque sólo como telón de fondo), para contarnos uno de los hechos que más conmocionó la sociedad mexicana en las últimas décadas.

El contexto histórico: la conspiración

La novela, para los no conocedores de la reciente historia del país, pone sobre la mesa el asesinato de Colosio, candidato del PRI a la presidencia, asesinado el 23 de marzo de 1994 en Tijuana. Un asesino solitario se publicó 5 años después de dichos eventos.

El magnicidio se produjo en un momento histórico convulso con la entrada en vigor del tratado comercial entre México y Estados Unidos y con el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Ante el descrédito del gobierno mexicano, Colosio manifestaba un discurso crítico y de profundas transformaciones, lo cual hizo que su asesinato levantara todo tipo de suspicacias. Se llegó a señalar como autor intelectual al propio presidente Carlos Salinas de Gortari. A pocos meses de las elecciones, buena parte del gabinete quedaba invalidado para una candidatura alternativa por haber ocupado cargo público hasta seis meses antes de las mismas, por lo que Ernesto Zedillo, que había renunciado como Secretario de Educación Pública para servir como organizador en la campaña de Colosio, se hizo con el puesto convirtiéndose en el nuevo presidente.

Este fue el último presidente del PRI tras más de 70 años ininterrumpidos en el poder, hasta la elección del presidente actual, Enrique Peña Nieto.

Apunta Karla Motte: “Tras un proceso de investigación, la versión oficial sobre el homicidio consistió en la teoría de que fue cometido por un “asesino solitario”: Mario Aburto. Con explicaciones necrológicas y forenses, se explicó que él había actuado de manera completamente solitaria, que no había ningún autor intelectual del asesinato y que con su captura el proceso de investigación se daba por terminado.”

Es de esta explicación oficial de donde surge el título de la novela. Es sobre este asesino solitario sobre el que Mendoza construye una conspiración en la que nadie sabe exactamente qué papel ocupa en el plan final, el asesinato del candidato. La conspiración es el leitmotiv de la novela, como explica Federico Campbell:

La conspiración es el teatro mismo, el escenario del crimen. Las tragedias históricas de Shakespeare, sobre todo Julio César, Macbeth y Ricardo III, incluso Hamlet, están impregnadas por la conspiración, que tiene un rostro monstruoso. El nervio de la trama se tensa en la maquinación, en los preparativos del crimen, en el reclutamiento de los sicarios. La tensión está en la espera de lo que está a punto de desencadenarse, en una situación límite, y no se procede de otra manera en los clásicos del género: en Los endemoniados, de Dostoievski, El agente secreto, de Conrad, Los idus de marzo, de Thornton Wilder, El día del Chacal, de Frederick Forsyth.»

Élmer Mendoza consigue una gran verosimilitud a través de una serie de personajes que representan, por un lado, tipos representativos de la sociedad mexicana que se mueve en torno a las bambalinas del poder, la policía, el narco y el mundo de la delincuencia, y, por otro, personalidades históricas reconocibles. Entre otras personalidades del momento: Jacobo Zabludovsky, el cabeza del canal de noticias nacional mas importante del país aparece como Abrahan Malinovski; el líder Zapatista Sub-Comandante Marcos es el Sub-Comandante Lucas; Manuel Camacho Solís (Comisionado por la paz en Chiapas) es Samuel Machado; Cuauhtémoc Cárdenas (candidato presidencial del partido liberal PRD) es Cardona; Diego Fernández de Ceballos (candidato conservador del PAN), Max; y Luis Donaldo Colosio Murrieta es el Luis Eduardo Barrientos Ureta, el asesinado.

El protagonista, narrador en primera persona, es Jorge Macías, el Yorch, es un sicario, de rasgos indígenas, chaparro, solitario, apegado a su Beretta, su pistola, infatigable compañera («[…] me bajaron mi fusca, una Beretta 92-F a la que quiero como si fuera mi hija, quiero recuperarla, tú ya sabes como se quiere a los hijos […]», p. 133), y con un único vicio reconocido, el de su comida preferida, la coca con galletas pancrema.

«[…] para evitar tentaciones llamé al restorán, pedí una coca con galletas pancrema, pero la regaron gacho, me trajeron una coca con galletas saladitas, y pues, como es del dominio público, no saben igual.» (p.146)

«¿Has oído el sonido de las galletas pancrema cuando las muerdes y las masticas? Carnal, que cosa más maravillosa, como si tuvieras pájaros en la boca, a poco no, si nunca has comido galletas pancrema en la noche, cuando todo está calmado, acá, machín, de lo que te has perdido, se puede decir que todavía no has nacido, y luego ahh, te las bajas con coca, y pa qué quieres carnal, un hombre con eso puede ser feliz, no necesita más.» (p. 182)

El Yorch tiene su propio código ético. Busca lana, dinero. Así, no entienden cómo se matan en los Balcanes. Supone que debe haber mucha lana en juego.

«Tenía la tele prendida en Telemundo, pasaron un agarre machín entre los serbios y los bosnios herzegovinos, oye carnal: ¿y a estos cabrones quién les pagaba?, porque no creo que todo ese desmadre lo hayan hecho gratis, ¿o sí? Digo, hay que ser puerco pero no trompudo, y para pegarle en su madre a todo como lo estaban haciendo esos batos, se necesitaba que existiera una buena posibilidad de forrarse, a poco no, no me digas que esos cabrones se mataban nomás por deporte.» (p. 143)

No entiende esos que ponen bombas o son capaces de inmolarse por una causa. Cuenta con sus límites, nada de narcos, mujeres, ni curas.

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El lenguaje

Así comienza su historia el Yorch.

“¿Sabes que carnal? Durante el año tres meses y diecisiete días que llevamos camellando juntos te he estado wachando wachando y siento que eres un bato acá, buena onda, de los míos, no se como explicarte, es como una vibra, carnal, una vibra chila que me dice que no eres un chivato y que puedo confiar en ti, a poco no. Pienso que como todos debes tener lo tuyo, tu pasado y eso, pero es una onda que ni me va ni me viene si te he visto no me acuerdo, ya ves lo que se dice de los que trabajamos aquí, en el Drenaje profundo: que somos malandrines, puros batos felones, y de ahí parriba; será el sereno, pues sí ni modo que qué, así que carnal, acomódate porque el rollo es largo.»

De este modo se desarrollan las 228 páginas de la edición conmemorativa del 15 aniversario de su publicación por la editorial Tusquets. Un verdadero maratón lingüístico que probablemente exige tanto al lector como exigió en su momento al autor al dar forma y dignidad literaria a un lenguaje, que como Edmundo Paz señala, «no recrea de manera general el habla del norte de México, ni siquiera el del estado de Sinaloa; lo suyo es muy específico: su enfoque es el dialecto del mundillo del narcotráfico en Culiacán».

La novela está repleta de personajes memorables. Entre ellos el Willy, que en este fragmento presenta su hijita a Yorch:

«[…] Es su tío mija, su tío Yorch, el que va a ser su padrino, y le hizo una serie de gestos más raros que creí que se iba a asustar y a soltar el llanto, pero no, siguió con su risita y el Willy más prendido, neta que estaba de no creerlo: un bato gandalla, zorro, golpeador, gatillero, bajador, drogo gacho, apestoso, ahí no más convertido en una perita en dulce, estaba de no creerlo, a poco no; y la morrita como loca.» (p. 114)

El lenguaje se alimenta de muchas palabras inglesas españolizadas, propias del norte, un lugar de frontera, de mestizaje: «[…] sintiendo el clima en la feis bien machín […]» «bisnes», «pípol», «baquitoqui», etc.

Edmundo Paz escribía en El Boomeran: «Recuerdo mi sorpresa al terminar los capítulos iniciales: la novela parecía escrita en un idioma que no conocía (había párrafos enteros que no entendía). Mientras los puristas se enfocaban en los Estados Unidos y en el spanglish como fuente de «corrupción» del castellano, el verdadero cambio radical estaba ocurriendo en la literatura del norte de México.”

La novela

Desde 1999 con la publicación de esta, la primera novela de Élmer Mendoza, el autor se ha convertido en el principal referente de la denominada narcoliteratura, que no es más que la literatura ambientada en torno a este fenómeno, al igual que la novela negra clásica estadounidense que, en la misma costa del Pacífico, unos cuantos miles de kilómetros más al norte, planteaba los conflictos de corrupción política en mundos dominados por el narco, el juego, la pornografía, el contrabando, etc. Nada nuevo en ese sentido. Novela negra clásica en un espacio hasta ahora oculto, con un lenguaje rico, plástico, que expande las fronteras del español.

Señala Aileen El-Kadi (pdf) que «Un asesino solitario ha sido, por estos mismos críticos, considerada una novela neopolicial, integrando un corpus de autores entre los que se destacan Rafael Ramírez Heredia, Hugo Valdés Manríquez, Enrique Serna, Juan Hernández Luna, Orlando Ortiz, y Rolo Diez. El crimen, aunque no la resolución de este ni el castigo del ejecutor de la acción criminal, es no sólo núcleo del relato, como se dijo, sino el determinante de la estructura de la trama donde convergen cuestiones políticas y sociales que convierten a este texto en una anomalía de los relatos policiales tradicionales permitiéndonos analizar la novela bajo otros parámetros.»

En definitiva, si te gusta la novela negra, Élmer Mendoza no debe faltar en tu biblioteca.

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Esteban Romero Frías

Catedrático de la Universidad de Granada. Vicerrector de Innovación Social, Empleabilidad y Emprendimiento. Innovando desde MediaLab UGR. Transformando desde ReDigital.