Aprovecho cada viaje a México para empaparme de su rica literatura. Una más de las muchas dimensiones para apropiarse de una cultura tan hermana como inaccesible más allá de su epidermis. Me interesa la literatura de frontera, norteña, la que aborda los problemas sociales del país, la que nace en el rompeolas de la frontera entre Estados Unidos y México. Llegué a Señales
- Los diferentes rostros de la literatura mexicana actual, en La Nación.
- Más allá de la narcoliteratura, en El País.
- Narcoliteratura (¿De qué más podríamos hablar?), en Conaculta.
Yuri Herrera (@yuri_herrera) es un autor mexicano que imparte clases en el sur de Estados Unidos. Un testigo de ambos lados de la línea. Esta obra es su segunda novela tras Trabajos del reino (2004, publicada por Periférica en 2008). Narra la historia de Makina, una joven que cruza la frontera para buscar a su hermano que marcho a Estados Unidos años atrás en busca de unos supuestos terrenos que habían heredado. En poco más de 100 páginas Herrera es capaz de dibujar un personaje con una plasticidad sorprendente, moldea el lenguaje de modo que nadamos con ella para cruzar el río, o huimos por las montañas de la policía, o visitamos a los matones de turno para cobrar favores pendientes mientras tanto Makina como nosotros desconocemos si nuestra aventura, si nuestra vida acabará allí mismo. Como ocurre con Élmer Mendoza, el lenguaje vuelve a ser uno de los grandes protagonistas del texto, la frescura de un idioma que es golpeado, ensanchado, que se estira. Al otro lado de la frontera las identidades ya no son una, igual que el lenguaje deja de ser un territorio conocido.
«Son paisanos y son gabachos y cada cosa con una intensidad rabiosa; con un fervor contenido pueden ser los ciudadanos más mansos y al tiempo los más quejumbrosos aunque a baja voz. Tienen gestos y gustos que revelan una memoria antiquísima y asombros de gente nueva. Y de repente hablan. Hablan una lengua intermedia con la que Makina simpatiza de inmediato porque es como ella: maleable, deleble, permeable, un gozne entre dos semejantes distantes y luego entre otros dos, y luego entre otros dos, nunca exactamente los mismos, un algo que sirve para poner en relación.
Más que un punto medio entre lo paisano y lo gabacho su lengua es una franja difusa entre los que desaparece y lo que no ha nacido. Pero no una hecatombe. Makina no percibe en su lengua ninguna ausencia súbita sino una metamorfosis sagaz, una mudanza en defensa propia. Pueden estar hablando en perfecta lengua latina y sin prevenir a nadie empiezan a hablar en perfecta lengua gabacha y así pueden mantenerse, entre cosa que se cree perfecta y cosa que se cree perfecta, transfigurándose entre dos animales hasta que por descuido o por clarísima intención de pronto dejan de alternar lenguas y hablan en esa otra. En ella brota la nostalgia de la tierra que dejaron o no conocieron, cuando usan las palabras con las que se nombran objetos; las acciones las mientan usando un verbo gabacho que es ejecutado a la manera latina, con la colita sonora de allá.
Al usar en una lengua la palabra que sirve para eso en la otra, resuenan los atributos de una y de la otra: si uno dice Dame fuego cuando ellos dicen Dame una luz, ¿qué no se aprende sobre el fuego, la luz y sobre el acto de dar? No es que sea otra manera de hablar de las cosas: son cosas nuevas. Es el mundo sucediendo nuevamente, advierte Makina: prometiendo otras cosas, significando otras cosas, produciendo objetos distintos. Quién sabe si durarán, quién sabe si sus nombres serán aceptados por todos, piensa, pero ahí están, dando guerra.» (pp. 73-74)
La novela es un camino hacia la desazón, hacia la pérdida de la identidad, la punta de lanza de siglos de oprobio hacia el otro, hacia el bárbaro. Una reflexión que hoy en un escenario tan distinto pero de fronteras aún más vertiginosas como son las de Europa con África y Asia, se vive en las odiseas de los hombres y mujeres, de los niños, refugiados e inmigrantes para salvar su vida.
«Nosotros somos los culpables de esta destrucción, los que no hablamos su lengua ni sabemos estar en silencio. Los que no llegamos en barco, los que ensuciamos de polvo sus portales, los que rompemos sus alambradas. Los que venimos a quitarles el trabajo, los que aspiramos a limpiar su mierda, los que anhelamos trabajar a deshoras. Los que llenamos de olor a comida sus calles tan limpias, los que les trajimos violencia que no conocían, los que transportamos sus remedios, los que merecemos ser amarrados del cuello y de los pies; nosotros, a los que no nos importa morir por ustedes, ¿cómo podría ser de otro modo? Los que quién sabe que aguardamos. Nosotros los oscuros, los chaparros, los grasientos, los mustios, los obesos, los anémicos. Nosotros, los bárbaros.» (pp. 109-110)
Una novela para la memoria.
Para la mía propia, la pude adquirir en la librería Ghandi, frente al Palacio de Bellas Artes en Ciudad de México, junto con otras obras que esperan pacientemente su lectura.