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El origen de la Biblioteca de Babel o el sueño del cerebro global

Si bien la Biblioteca de Babel soñada por Jorge Luis Borges existe ab aeterno, la metafórica imagen de una biblioteca total, infinita en potencia, ha constituido para muchos una eficaz representación de las inabarcables regiones del ciberespacio, como un universo en continua expansión una vez que décadas atrás asistimos a su big bang creador.

La Biblioteca de Babel es un homenaje a la biblioteca mítica por antonomasia, la Biblioteca de Alejandría, monumento al conocimiento de la antigüedad que ha alimentado los sueños ilustrados de un saber recopilado y ordenado como herramienta del progreso de la Humanidad. La Biblioteca de Alejandría, en su tiempo, contenía gran parte de todo el conocimiento existente. Si bien el gran volumen de información que se genera en nuestros días hace inviable el mantener un registro unificado de toda ella, el sueño de organizar este conocimiento con el objetivo último de hacer un mundo mejor, libre de la barbarie y la guerra provocada por la ignorancia, ha estado en la base de buena parte de los antecedentes de Internet.

Collecting books for readers in the reserve stacks (1964), por LSE Library ,en dominio público en https://flic.kr/p/6YUnLX
Collecting books for readers in the reserve stacks (1964), por LSE Library ,en dominio público en https://flic.kr/p/6YUnLX

En la Edad Media, el conocimiento estaba restringido a estamentos privilegiados que eran los únicos capaces de leer y escribir. Por contra, el Renacimiento, con el revolucionario invento de la imprenta y, posteriormente, la Ilustración, con su proyecto enciclopédico, hacen que el conocimiento, unido a un incipiente desarrollo científico, se multiplique y difunda entre capas sociales privilegiadas, pero cada vez más amplias. Las bibliotecas viven un floreciente desarrollo y surgen las bibliografías universales, que buscan proporcionar acceso al conocimiento recopilado. Con todo, la Enciclopedia sigue siendo el producto de una élite cultural para una élite cultural, en una sociedad en la que la mayor parte de la población es analfabeta.

A lo largo del siglo XX con el creciente desarrollo tecnológico, la utopía del acceso universal a la información se manifiesta como un proyecto viable en la imaginación de diversos científicos y escritores. Al compás de los grandes enfrentamientos bélicos del siglo, se va generando la idea de que la recopilación y acceso al conocimiento por parte de todos los ciudadanos constituye la mejor vacuna contra nuevas guerras. Este pensamiento utópico se compagina con el objetivo instrumental de organizar el conocimiento científico de una manera más eficiente, al tiempo que con la carrera militar para generar nuevas tecnologías que permitieran alcanzar ventajas competitivas frente al enemigo. Todas estas líneas confluirán en el desarrollo de Internet a finales de los 60 y en la creación de la Web a finales de los 80. De alguna manera, ambas creaciones encierran en sí la semilla del sueño ilustrado; si bien, en nuestros días, la Web constituye una muestra destacada del caleidoscopio de la posmodernidad.

Si realizamos un recorrido por aquellos discursos que vislumbraron o sirvieron de inspiración para el desarrollo de los hiperenlaces, el hipertexto, Internet y la Web, encontraremos nombres como Paul Otlet y H.G. Wells, que, tras la Primera Guerra Mundial, plantean dos proyectos para organizar el conocimiento global, el Mundaneum y el World Brain, respectivamente (Torres-Vargas, 2005), de los que hablaremos en próximos artículos. A finales de la Segunda Guerra Mundial encontramos un artículo de referencia, «As we may think», de Vannevar Bush (1945), donde plantea la organización del conocimiento a través de una máquina bautizada como Memex. Posteriormente, asistimos al desarrollo de las computadoras y a la invención del hipertexto y de Internet, en el contexto de la Guerra Fría y de los esfuerzos de los Estados Unidos por imponerse al bloque comunista. Aún habrían de pasar 20 años hasta que Tim Berners-Lee, creara la World Wide Web con el objetivo inicial de organizar el conocimiento que los científicos generaban en el CERN, sede de la Organización Europea para la Investigación Nuclear.

«De esas premisas incontrovertibles dedujo que la Biblioteca es total y que sus anaqueles registran todas las posibles combinaciones de los veintitantos símbolos ortográficos (número, aunque vastísimo, no infinito) o sea todo lo que es dable expresar: en todos los idiomas. Todo: la historia minuciosa del porvenir, las autobiografías de los arcángeles, el catálogo fiel de la Biblioteca, miles y miles de catálogos falsos, la demostración de la falacia de esos catálogos, la demostración de la falacia del catálogo verdadero, el evangelio gnóstico de Basilides, el comentario de ese evangelio, el comentario del comentario de ese evangelio, la relación verídica de tu muerte, la versión de cada libro a todas las lenguas, las interpolaciones de cada libro en todos los libros, el tratado que Beda pudo escribir (y no escribió) sobre la mitología de los sajones, los libros perdidos de Tácito.»

Jorge Luis Borges, La Biblioteca de Babel (1944/2005a: 467-468).

El artículo previo de esta serie es: Los hiperenlaces no han existido siempre.

Continúa con el artículo: Paul Otlet y el Mundaneum.

Referencias

  • Borges, J.L. (1944/2005a). «La Biblioteca de Babel». En Obras Completas I (pp. 465-471). Barcelona: RBA.
  • Bush, V. (1945). «As we may think«. The Atlantic Monthly, 176 (July): 641-649.
  • Torres-Vargas, G.A. (2005). World Brain and Mundaneum: the ideas of Wells and Otlet concerning universal access. VINE: The journal of information and knowledge management systems, 35(3): 156-165.

Fotografía de portada: The long room, por The National Library of Ireland (alrededor de 1885) en dominio público.

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Esteban Romero Frías

Catedrático de la Universidad de Granada. Vicerrector de Innovación Social, Empleabilidad y Emprendimiento. Innovando desde MediaLab UGR. Transformando desde ReDigital.