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Los hiperenlaces no han existido siempre

Cuando en 2010 defendí mi tesis doctoral (pdf) culminaba un reto personal que suponía abordar Internet como espacio de investigación dentro de un área de conocimiento, la economía financiera y contabilidad, que no era un espacio propicio para el desarrollo de estos temas. Cuando en 2006 presenté en Valencia mi trabajo de tesina en el campo de la fiscalidad y la contabilidad, en concreto, abordando los tipos impositivos efectivos que las empresas pagaban en España en cada territorio, no podía imaginar que poco más de un año después daría un giro tan pronunciado como decisivo.

En 2007 tras seis meses de trabajo en la Comisión Europea resolví que si iba a dedicar buena parte de mi vida a esta profesión académica quería hacerlo centrado en un tema en el que me arriesgara a comprender y transformar la nueva realidad que las tecnologías digitales estaba generando. Así, mi investigación, mi tesis, partía de la perplejidad y la curiosidad de cómo Internet transformaba de manera tan rápida y radical cómo nos relacionamos, trabajamos, comerciamos, cómo somos en definitivas cuentas y hacia dónde vamos. En definitiva se trataba de intentar comprender cómo funcionaba el gran cerebro global que, para la Humanidad, representan Internet y la Web. Erich Schmidt, presidente ejecutivo de Google, ha manifestado en más de una ocasión que Internet es una de las pocas creaciones del ser humano cuya complejidad supera nuestra compresión.

«The Internet is the first thing that humanity has built that humanity doesn’t understand, the largest experiment in anarchy that we have ever had.»

En The Independent.

Este es el reto al que nos enfrentamos.

Computer time, por Steven Yeh con licencia by-nc-nd en https://flic.kr/p/BysaT
Computer time, por Steven Yeh con licencia by-nc-nd en https://flic.kr/p/BysaT

Parte de mi tesis realizaba un recorrido introductorio a cuestiones que cinco años después siguen siendo de plena vigencia. Mi intención es revisitar a través de una serie de artículos aquellos textos, dándoles una nueva vida, liberándolos para la reflexión y el debate.

Comienzo con uno de los elementos claves de la arquitectura de la red: el hiperenlace.

Los hiperenlaces no han existido siempre

Vivimos en una etapa de continuos desarrollos científicos y tecnológicos que han acabado por saturar nuestra capacidad de asombro. Antes de ser capaces de entender y asimilar un nuevo avance lo vemos superado por el siguiente. Al referirnos a las «nuevas tecnologías», concepto útil aunque de una vaguedad manifiesta, olvidamos frecuentemente que el libro que leemos, el lápiz con el que escribimos, el papel que empleamos sin mayor aprecio, fueron en su tiempo desarrollos tecnológicos revolucionarios. La postura intelectual de considerar que cada elemento con el que convivimos no ha existido siempre facilita un proceso de distanciamiento que nos devuelve una dimensión única e inesperada de lo que nos rodea. Nuestro tiempo fagocita rápidamente sus progresos más audaces, como Cronos devoraba a sus hijos.

Inmersos en este ritmo frenético, es probable que en los últimos 50 años no haya habido ninguna revolución tecnológica tan importante como la protagonizada por el desarrollo de la informática y por la creación de las redes de comunicaciones a escala global; especialmente me refiero a la invención y desarrollo de Internet y posteriormente de la World Wide Web.

Vintage Computers, por Marie Mosley con licencia CC by en https://flic.kr/p/8GyC7d
Vintage Computers, por Marie Mosley con licencia CC by en https://flic.kr/p/8GyC7d

En mi opinión, hay un elemento clave de estas nuevas arquitecturas que sustancia de manera inmejorable el porqué y el cómo de nuestro tiempo: el hiperenlace. Los hiperenlaces o, simplemente enlaces, que encontramos en la Web como sendas que continuamente se bifurcan, representan una llamada de atención sobre el otro, sobre lo otro, puertas a nuevo conocimiento o puntos de vista, una invitación al diálogo y a salir de uno mismo. Los hiperenlaces permiten la creación de hipertextos, que componen la World Wide Web, el hiperespacio. Todo esto no es, sin embargo, un producto demiúrgico o un fruto del azar, sino que es el resultado de diversas tradiciones, sueños y utopías que se enraízan siglos atrás, por lo que, de algún modo, suponen una realización cultural colectiva.

La World Wide Web se ha convertido en el laboratorio social de la Humanidad, un espacio en el que tienen reflejo todo tipo de actividades humanas que dejan su rastro, abriendo posibilidades casi ilimitadas de investigación. La inmensa amalgama de datos e información existente nos devuelve a la metáfora de la biblioteca borgiana. La Web se convierte en una gigantesca base de datos en la que es posible identificar patrones, extraer conocimiento, visualizar la información. Se trata de una labor ardua y expuesta a dificultades y peligros. Entre ellos, destacan los problemas éticos a los que nos enfrentamos, la privacidad, los derechos de autor, la libertad de los ciudadanos, etc.

Baker (2009: 14) señala:

«The exploding world of data, as we’ll see, is a giant laboratory of human behavior. It’s a test bed for the social sciences, for economic behavior and psychology. […] These streams of digital data don’t recognize ancient boundaries. They’re defined by algorithms, not disciplines.»

La minería de datos en Internet constituye un campo de investigación cada vez más potente. El propio nombre es descriptivo de la ardua labor que supone distinguir «los ecos de las voces». Nos sirve la metáfora de la Biblioteca de Babel borgiana (Borges, 1944/2005a: 466):

«El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas. Desde cualquier hexágono se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente.»

En uno de sus pasajes se narra la difícil tarea de la búsqueda del sentido, de lo inteligible, en la inmensidad de símbolos de la Biblioteca. Dice el relato, en relación con algunos de los libros encontrados en sus infinitos anaqueles (Borges, 1944/2005a: 465):

«Uno, que mi padre vio en un hexágono del circuito quince noventa y cuatro, constaba de las letras M C V perversamente repetidas desde el renglón primero hasta el último. Otro (muy consultado en esta zona) es un mero laberinto de letras, pero la página penúltima dice Oh tiempo tus pirámides. Ya se sabe: por una línea razonable o una recta noticia hay leguas de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de incoherencias.»

Esta serie continúa con el artículo: El origen de la Biblioteca de Babel o el sueño del cerebro global.

Referencias

  • Baker, S. (2009). They’ve got your number… Data, Digits and Destiny – how the Numerati are changing our lives. London: Vintage.
  • Borges, J.L. (1944/2005a). «La Biblioteca de Babel». En Obras Completas I (pp. 465-471). Barcelona: RBA.

Fotografía de portada: Connections, por Chrissy H con licencia CC by-nc-sa.

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Esteban Romero Frías

Catedrático de la Universidad de Granada. Vicerrector de Innovación Social, Empleabilidad y Emprendimiento. Innovando desde MediaLab UGR. Transformando desde ReDigital.