La violenta muerte de George Floyd, un ciudadano afroamericano, a manos de un grupo de policías blancos en Minneapolis ha desatado un movimiento de protesta generalizada en Estados Unidos y en otros muchos países contra los abusos policiales contra grupos raciales minoritarios. Abusos que lejos de ser hechos accidentales responden a un marco sistémico de opresión y discriminación que genera en los cuerpos policiales y en otros ámbitos posiciones de abuso e impunidad. Los datos así lo aseveran (Desilver, Lipka y Fahmy, 2020)
Empezaremos relatando cuáles fueron los acontecimientos.
Los acontecimientos
Las últimas palabras de George Floyd, un hombre afroamericano, el 25 de mayo de 2020 fueron: “¡Mamá! ¡Mamá! ¡No puedo más!”. Minutos antes se quejaba de no poder respirar: “I can’t breathe”. Cuatro oficiales del Departamento de Policía de Minneapolis arrestaron violentamente a Floyd. Uno de ellos, Derek Chauvin, un policía blanco acusado de homicidio involuntario en segundo grado, puso su rodilla en el cuello durante cerca de 9 minutos hasta que dejó de respirar. Los otros tres policías están acusados de ayudar e incitar el homicidio. Todos fueron expulsados del Departamento de Policía tras los hechos.
El contexto
Este no ha sido un caso aislado de racismo, de violencia policial contra personas afroamericanas y latinas en Estados Unidos. En Minneapolis la policía disparó mortalmente a Jamar Clark en 2015. En 2016, asesinaron a Philando Castile, unos hechos que fueron transmitidos directamente por las redes sociales (Dennis, 2020). Apenas con 12 horas de separación del asesinato de Floyd, otro caso de racismo ocurría en Central Park en Nueva York (Cobb, 2020), donde una mujer blanca denunciaba a un hombre afroamericano por sentirse amenazada tras pedir este que pusiera la correa a su perro en un área donde era obligatorio. El hombre grabó la llamada de denuncia de la mujer a la policía.
Un elemento clave se une a esta ecuación: la situación de pandemia que azotaba y sigue azotando con fuerza a los Estados Unidos. Una situación que ha tenido además consecuencias muy diversas en términos raciales, siendo el impacto en víctimas y contagios mucho mayor entre la población afroamericana y latina, debido entre otras razones a las condiciones de mayor hacinamiento de estas comunidades y a la segmentación del trabajo que ha expuesto a estas comunidades a actividades de mayor riesgo.
Rubio-Pueyo (2020) apunta un tercer elemento clave: “el fracaso (o la negación simplemente) del Estado en construir una mínima protección (sanitaria, laboral, económica) para la población negra en la presente situación”.
Todo ello ha provocado que, a pesar de la situación de pandemia, no se haya podido evitar que los Estados Unidos sufran la mayor oleada de protestas en el país por cuestiones raciales desde los años 60. Una situación que ha puesto en jaque la estabilidad del país y que probablemente tenga consecuencias, aún impredecibles, en las próximas elecciones presidenciales de otoño en las que Trump buscará un segundo mandato.
Las raíces
Apunta Dennis (2020) que “el linchamiento público de George Floyd y el levantamiento de Minneapolis es otro capítulo en la larga historia de la violencia policial contra la comunidad afroamericana”. Son diversas las recopilaciones de textos, artículos, noticias, que se han publicado trazando un panorama de cómo a pesar del paso de los años, de las mejoras y del mismo hecho de que haya habido un presidente afroamericano en la Casa Blanca, las estructuras de discriminación persisten en un país que cada vez es sociológicamente más diverso, particularmente por el crecimiento de la población de origen latino. Entre las colecciones de textos se pueden destacar aquellos de:
- Bernard, M. L. (2014). «#BlackLivesMatter: A Longform Reading List». Autostraddle. USA. http://www.autostraddle.com/blacklivesmatter-the-longform-reading-list-265454/
- Cheng, S. (July 2016). «The complete summer reading syllabus on Black Lives Matter». Quartz. http://qz.com/728658/heres-what-librarians-recommend-reading-on-blm/
- Oakland Public Library (2014). «Listen, Learn, Participate: A #BlackLivesMatter Resource Series». California. http://oaklandlibrary.org/blogs/from-main-library/listen-learn-participate-blacklivesmatter-resource-series
- Teller, M. (2016). «Black Lives Matter Reference Guide». Medium. https://medium.com/malcolm-teller/black-lives-matter-a-collection-of-syllabi-6497460b9668#.aklhnuw46
- White, G. B. (2020). How Did We Get Here? 163 years of The Atlantic’s writing on race and racism in America. The Atlantic https://www.theatlantic.com/education/archive/2020/06/atlantic-reader-race-and-racism-us/613057/
El propio hecho fundacional de los Estados Unidos a través de la Declaración de Independencia (4 de julio de 1976) redactada por Jefferson revela la cicatriz de una nación, construida sobre el conflicto de la raza y el discurso de la libertad individual de raíces liberales que bebe de la obra de John Locke. Al tiempo que Jefferson proclamaba que “todos los hombres son creados iguales”, a lo largo de su vida dio muestras de cómo la realidad desmentía sus planteamientos teóricos. Se opuso teóricamente a la trata de esclavos, al tiempo que sostenía que los ya existentes en América no debían ser emancipados. En vida tuvo más de seiscientos esclavos en su finca de Monticello. Dio muestras de sus ideas racistas sosteniendo la incapacidad de los negros para valerse sin ayuda de los blancos. Pese a ello, mantuvo una relación con una de sus esclavas, 30 años menor que él, con la que tuvo seis hijos.
Tras la guerra civil y la abolición de la esclavitud la doctrina más extendida en Estados Unidos fue la de «separados pero iguales» (separate but equal) consagrada con el fallo de la Corte Suprema de 1896 Plessy vs. Ferguson, que marcaba una etapa de racismo estructural, en la que, por ejemplo, en los estados del sur grupos de supremacía blanca, como el Ku Klux Klan, utilizaron la violencia para restablecer su “ley y orden” de forma sistemática. Los linchamientos siempre iban acompañados de una narrativa que culpabilizaba a la víctima para justificar la brutalidad de la violencia, algo que se sigue repitiendo en nuestros días como ha habido oportunidad de comprobar en estas semanas. En 1954 se da un revés clave a la misma con la sentencia del Tribunal Supremo Brown v. Board of Education en la que se rechazaba la segregación en la escuela.
Según Dennis (2020), “En sus inicios, Estados Unidos estableció un sistema de castas y segregación racial; un sistema económico, social y político que explotó, esclavizó, encarceló, deportó, y asesinó a hombres, mujeres, y niños”. Hernández (2017) relata el auge del encarcelamiento de población en Los Ángeles derivado de dos siglos de eliminación de los habitantes nativos, de exclusión de los inmigrantes y desaparición de población negra.
Gozalo-Salellas (2020) se refiere al estallido de una “nueva guerra cultural” en torno a lo que denomina la “gran causa de discordia de la nación: la raza”. En palabras suyas: “Lastre fundacional de la nación, la raza parte a la sociedad en dos: los beneficiarios o aspirantes a la gran maquinaria de capital económico, social y cultural del país, y los que quedan fuera de ese sistema supuestamente meritocrático.” Para los blancos o, los no negros, la raza no es percibida como un factor (tan) importante precisamente porque la “blanquitud” está instaurada en el código fundacional de la sociedad invisibilizando las privilegios que reporta. Braidotti (2009) ha abordado profundamente la condición de la negritud y la blanquitud, así como las formas de superar ambas desde una hibridez global que articule una ciudadanía de pertenencias múltiples.
Entre las grandes protestas vividas en los Estados Unidos por cuestiones raciales caben destacar las acontecidas en los años 60, durante los convulsos tiempos de la guerra de Vietnam. Son el referente más directo de las vividas en 2020 bajo el hashtag #Blacklivesmatters. Un movimiento que no es nuevo por otra parte ya que surgió en 2013 con su uso en redes sociales a partir de la absolución de George Zimmerman por la muerte del adolescente afroamericano Trayvon Martin a causa de un disparo. Desde entonces los episodios de protestas motivados por abusos se ha sucedido en lugares como Ferguson o Nueva York, tomando como arma clave para la concienciación social y la movilización los dispositivos digitales y las redes sociales, que permiten documentar y distribuir los actos violentos ocurridos.
La discriminación persiste actualmente a través de políticas institucionales y de mecanismos de mercado. Por ejemplo, como señala Palomeque (2020), actualmente el 75% de los niños negros asisten a colegios segregados con graves carencias educativas y falta de recursos. A pesar de sentencia de 1954, la actual forma de financiación de las escuelas, basada mayoritariamente en la recaudación en los barrios del equivalente al Impuesto de Bienes Inmuebles hace que en vecindarios de población negra donde la vivienda está de por sí devaluada, las diferencias se sigan reproduciendo a través de la financiación deficiente de sus escuelas.
El desbordamiento global
El movimiento #Blacklivesmatters no ha tardado en expandirse a otros países, siendo convenientemente asimilado a los propios conflictos existentes. Por lo pronto Rubio-Pueyo (2020) nos alerta de que todo esto no puede entenderse como una excepcionalidad americana. Indica “espero que esta situación, con todo lo terrible que es, nos ayude a entender no sólo la brutalidad policial en EE.UU., sino también en España, en Europa, en Latinoamérica, en tantos otros lugares, en donde también debemos hacer nuestras propias “pérdidas de la inocencia”. Obviamente hay dinámicas específicas en cada país, pero todas están atravesadas por el capitalismo, el colonialismo y el racismo.”
Aunque esta pudiera parecer una realidad alejada a la española, hay algunas coincidencias formales reveladores. Los disturbios raciales de 1919 en Chicago explotaron cuando Eugene Williams fue asesinado el 27 de julio por las piedras arrojadas por hombres blancos desde la orilla del lago Michigan por nadar fuera de la zona segregada. El 6 de febrero de 2014 en el Tarajal (Ceuta), 14 inmigrantes subsaharianos murieron intentando cruzar a nado la frontera entre España y Marruecos a causa de los disparos de balas de goma por parte de la policía. La causa fue archivada.
En Francia el resurgir del movimiento #Blacklivesmatters ha catalizado una oledada de protestas contra la violencia policial a propósito de la muerte en 2016 de Adama Traoré estando bajo custodia policial. Fassin (2020) apunta en este sentido “lo absurdo que es enviar el racismo al otro lado del Atlántico invocando la historia de la esclavitud, como si Francia no fuera asimismo heredera del comercio triangular. ¿Y quién puede creer que al contrario que América, la República colonial permaneció “ciega a la raza”, cuando legisló sobre los “mestizos” y asignó un estatus legal diferente a los “musulmanes franceses de Argelia” ?”.
Así pues ningún país puede quedar fuera en la revisión de las relaciones raciales y de otro tipo que revelan históricas y sistémicas posiciones de poder que oprimen a unos grupos por otros. El discurso de la subalternidad elaborado por Spivak (1985 [2011]) permite reflexionar la complejidad de enunciar un discurso propio desde la subalternidad sin perder esta condición generada por el pensamiento occidental. En la misma línea Rancière se pregunta en qué movimientos políticos o expresiones culturales se puede dar voz a los que no la tienen con motivo de las revueltas del siglo XXI (Gozalo-Salellas, 2020).
La guerra o su lenguaje
Son múltiples los autores que han abordado tanto la transformación de la guerra en las últimas décadas (García, 2013; Innerarity, 2016), entendidas como conflictos armados que revisten elevados niveles de violencia, como los que atribuyen al término una nueva significación (Inclán, 2015; López Petit, 2003).
Los primeros redibujan las formas en las que los conflictos armados, de muy diverso alcance, se redibujan en el tiempo actual. Innerarity (2016) señala como “los clásicos instrumentos militares pierden buena parte de su eficacia en estos nuevos conflictos. Nos enfrentamos a adversarios que no tienen ni territorio, ni gobierno, ni fronteras, ni diplomáticos, ni asiento en el Consejo de Seguridad, ni verdaderas razones para negociar…”. Hay un desbordamiento de los espacios, los actores y la metodología de la guerra tal y como se concebía clásicamente o, al menos, de forma mayoritaria, hasta la primera Guerra Mundial, en la que los soldados eran los principales actores en el campo de batalla y también los que sumaban el mayor número de bajas de la contienda. Existe una socialización de la guerra en la que la ausencia de instituciones que las organicen y moderen, hacen que se produzca una sustitución de la “competición de los poderosos” por la “guerra de pobres”. Para Innerarity los nuevos conflictos se explican por tres propiedades: “la desintegración social, el contagio que caracteriza a un mundo interdependiente y el carácter global de la desigualdad”. Por su parte, García (2013) aborda la morfología de las “nuevas guerras”, un concepto en disputa, pero que intenta dibujar los profundos cambios experimentados con respecto a la conflictividad bélica clásica. Los conflictos actuales están marcados por ser multicausales, plurales, multidimensionales y cambiantes, en los que tanto nuevas tecnologías como acontecimientos como el 11-S han marcado puntos de inflexión.
Los segundos autores parecen referirse más a la guerra desde una nueva significación que emplea el término como metáfora para conceptualizar otras ideas. López-Petit (2003) escribe a partir del impacto mundial del 11-S y de la reconfiguración geopolítica de los conflictos a nivel global. Apunta que “la desvalorización del Estado nación significa su renacimiento como Estado-guerra. El Estado-guerra sería, por lo tanto, este Estado para el que la política es directamente guerra, o sea, enfrentamiento armado.” Se trata de un Estado-guerra que funciona como dispositivo en tres sentidos: 1) de interpretación de la realidad; 2) de sobredeterminación de las relaciones y, 3) de enmascaramiento de la realidad. López-Petit vincula el Estado-guerra al fascismo postmoderno, algo que 17 años después, a la luz de los acontecimientos en Estados Unidos y en buena parte del mundo se hace más patente que nunca (Gessen, 2020; Rubio-Pueyo, 2020). Por otra parte, Inclán (2015) nos alerta de que la condición de nuestro tiempo presente es la emergencia. Ante la crisis civilizatoria, la respuesta es una “guerra social extendida” que deriva en un estado de excepción permanente y en la “organización del tiempo colectivo bajo los principios del estado de sitio”.
El lenguaje de la violencia y de la guerra está muy presente en todo el discurso conceptual y político que rodea la cuestión, desde la consideración de “guerras culturales” a las propias manifestaciones del presidente Trump refiriéndose a través de Twitter a los manifestantes como “matones” o advirtiendo de que “si empiezan los saqueos, empiezan los disparos” en términos utilizados de forma análoga por jefes policiales y segregacionistas durante la crisis de los 60 (Dennis, 2020).
Es juntamente el marco que dibujan este segundo grupo de autores donde podemos enmarcar el análisis de los hechos acontecidos. Si bien, como apuntaremos al final como líneas de reflexión futura, la pregunta es “¿guerra o el lenguaje de la guerra?.
Esta publicación fue inmediatamente censurada por Twitter por incitar a la violencia.
Otra de las polémicas declaraciones de Trump
permite revelar diferentes niveles de exclusión de la población negra en Estados Unidos. Gozalo-Salellas (2020) identifica tres: 1) el componente racial, 2) “la denominación eufemística “americano procedente de África” evidencia un apartheid identitario basado en la procedencia –Trump ya atizó el debate sobre la “americanidad” de Obama poniendo en duda su origen hawaiano”, y 3) “la propia estructura de la oración desvela la exclusión del ethos nacional”. Concluye “Para Trump, el nuevo sujeto de la nación no son los Estados Unidos sino MAGA, una actitud grandilocuente, y la negritud el objeto directo. El objeto, aprendíamos en la escuela, sólo puede devenir sujeto en la oración pasiva.”
Mills (2014) en su ensayo The racial contract desvela los postulados que subyacen a la inocencia blanca frente a la culpabilidad negra. Si el denominado contrato social, afecta a todas las personas por igual, la realidad desvela cómo sistemáticamente los no blancos no participan del mismo. El contrato racial funciona de manera implícita estructurando todas la relaciones sociales más allá de visiones políticas. Se encuentra imbuido en la cultura y es preciso visibilizarlo para combatirlo. Las protestas violentas constituyen un grito, una reacción frente al sistema que invisibiliza la desigualdad a través de declaraciones formales de igualdad, como ya ocurriera con Jefferson o como ocurre a lo largo de las distintas victorias legales y políticas tanto en esta cuestión como en otras, por ejemplo las batallas de carácter sexual, con las que se comparten elementos en común. Resulta pertinente abordar estas cuestiones a partir de los planteamientos de Nancy Fraser (Butler y Fraser, 2000) a propósito del modo de abordar las diferencias, si desde políticas de redistribución o de reconocimiento. Este debate está también presente cuando, en el contexto francés, Fassin (2020) se pregunta: “¿Podemos seguir reivindicando la excepción racial o sexual en nombre de la cultura republicana que se supone que nos define excluyendo a una parte de nosotros? ¿O quizás ha llegado el momento de asumir que el universalismo no admite excepciones? ¿La República es una peculiaridad nacional o debe inscribirse dentro de una lógica democrática común? Esto es básicamente lo que está en juego en democracia, ya sea racial o sexual: el objeto, no la palabra.”
El contrato racial no es una cuestión principalmente de reconocimiento sino que afecta muy negativamente a las condiciones materiales de la población negra y por extensión a toda la población de Estados Unidos. Existen evidencias de que es el racismo la principal causa de que en Estados Unidos no exista un sistema de seguridad social fuerte, tal y como apuntan Krugman (2019) en una conferencia en el Economic Policy Institute e Interlandi (2019) en una investigación para el New York Times. Apunta Palomeque (2020) a este respecto que: “Tan profundo es el desprecio al Otro, que éste se extiende a uno mismo: por dinamitar la dignidad de tantos, el país cuenta con el estado del bienestar más débil de la OCDE.”
Esta cuestión ha sido abordada entre otros autores, por Braidotti (2009) quien analiza el caso de las identidades a través de un análisis postcolonial de la idea de raza y de la blanquitud en el contexto europeo y estadounidense. En torno a esta cuestión, recientemente se produjo un caso especialmente significativo para el contexto español. A principios de año en Estados Unidos se clasificó a Antonio Banderas como actor de color tras su nominación a los Óscar. Diversos medios españoles recogieron esta cuestión: “¿Antonio Banderas es un hombre blanco?” (El País, 16/1/2020) y “Antonio Banderas, entre los «actores de color» para la prensa estadounidense” (El Confidencial, 14/1/2020).
El artículo de El País aborda la cuestión de la raza en Estados Unidos indicando como a lo largo de la historia las clasificaciones raciales han ido cambiado, haciéndose más amplias y variadas. Esta clasificación responde a demandas de visibilidad por parte de las diversas comunidades existentes. ¿Por qué es este caso especialmente interesante? Porque la blanquitud como identidad hegemónica y por tanto invisibilizada y de algún modo no-identidad en sí misma, es uno de los principales cimientos que hay que desmontar, según Braidotti, de nuestro entramado identitario. La reacción de las redes y la prensa ante el caso de Antonio Banderas muestra un intento de blanquitud cultural: nos resulta inconcebible que “nosotros” no seamos reconocidos del modo en que nos consideramos.
El proceso de blanquitud tiene ejemplos muy claros en la historia, tanto desde un punto de vista físico como cultural. Podemos encontrar algunos ejemplos en novelas como Passing, de Nella Larsen, escritora del Harlem Renaissance, que aborda el caso de mulatas que «pasaban» (passing) por blancas, italianas o españolas, y negaban sus orígenes. En Escupiré sobre vuestra tumba Boris Vian relata la venganza de un afroamericano albino que se pasa por blanco para vengarse de la muerte de su hermano, linchado por enamorarse de una blanca.
En relación con la inmigración que llegaba de Europa a Estados Unidos, Cornel West señala que las distintas identidades europeas sufrían un proceso de «blanquitud», valorada positivamente frente a la idea de negritud. Michael Walzer (1992) situaba el multiculturalismo como el mito político fundacional de Estados Unidos, en tanto que, para los relatos del nacionalismo europeo, lo esencial es la homogeneidad cultural. Como se ha apuntado varias veces, la cuestión multicultural, la cuestión de la raza, es un eje clave para entender la historia y el presente de los Estados Unidos
Hay un elemento muy positivo subrayado por diversos autores de las actuales protestas: su transversalidad, la ruptura del elemento racial. Así el cineasta Spike Lee (2020) señala: “La historia siempre vuelve a repetirse, pero soy optimista al ver a las generaciones de jóvenes blancos que se nos han sumado en las calles.” Fassin (2020) subraya también la presencia muy destacada de los blancos juntos a las minorías directamente afectadas en las manifestaciones. Gozalo-Salellas (2020) destaca que en todas estas protestas “se mezclan edades, razas, género, origen y también clases sociales. Solo hay unanimidad en un triste y memorable mensaje: “No puedo respirar” (I can’t breathe).
Las guerras culturales raciales
Como apuntamos anteriormente, la combinación la violencia policial, con la pandemia y con un sistema de seguridad social muy debilitado que afecta principalmente a los afroamericanos y latinos ha conducido a una nueva guerra cultural con efectos en muy diversas áreas de gran simbolismo.
Así a lo largo del mes de junio muchas estatuas en lugares públicos han sido derribadas o vandalizadas. Esto ha ocurrido particularmente contra estatuas que conmemoran al ejército confederado durante la guerra civil estadounidense. En este línea, políticamente el gobernador de Richmond, Virginia, propuso eliminar todos los monumentos que conmemoran a generales confederados, o el alcalde de Birmingham, Randall Woodfin, comenzó a eliminar el monumento de los soldados y marineros confederados en Linn Park.
Los ataques contra estatuas de personajes españoles históricos, tanto en España como en el extranjero, ha levantado protestas de todo tipo en nuestro país. La Real Academia de la Historia ha emitido un comunicado en el que “deplora los ataques vandálicos contra las estatuas de personajes españoles históricos y reafirma su compromiso con el conocimiento de la acción de España en América, más allá de falsificaciones, tergiversaciones y manipulaciones interesadas”. Denomina como presentismo la interpretación del pasado desde parámetros actuales: “Sólo una interpretación anacrónica y descontextualizada de los hechos históricos puede explicar los ataques injustificados contra estos monumentos. El presentismo, que valora personajes históricos con parámetros actuales, simplifica y desenfoca la acción en América de una Monarquía Hispánica inclusiva, policéntrica e integradora.”
Al margen de estatuas, se han retirado películas de plataforma online o se han eliminado obras en universidades. Más que a una contextualización o resignificación de esas obras y esos autores, la reacción del ocultamiento puede representar un problema de censura grave que no mejora las condiciones reales de vida de los grupos afectados. Se trata de una lucha simbólica en el ámbito de la representación que, a pesar de sus evidentes efectos mediáticos, puede opacar las necesarias políticas de representación, provocando la contrarreacción de las comunidades blancas o aquellas conformadas por otras variables que pudieran sentirse atacadas.
Si bien el término guerras culturales (Cultural Wars) había sido empleado históricamente en diversos momentos por la prensa, es la publicación en 1991 del libro Culture Wars: The Struggle to Define America escrito por James Davison Hunter la que consolida la idea de una continua lucha de ideas entre progresistas y conservadores en los más diversos temas: aborto, leyes sobre tenencia de armas, inmigración, separación entre iglesia y estado, drogas, derechos de gays y lesbianas, y cuestiones raciales entre otras. No deja de ser un término controvertido y que quizá, sólo de forma más secundaria, se ha aplicado al conflicto racial, quizá por ser este especialmente vertebrador de la sociedad estadounidense y no manifestarse de forma más visible más que a través de estallidos como el que estamos viviendo. Así, apunta Dionne (2006): “And yes, we are black and white, and much that passes for cultural warfare is also racial warfare. We are a country that waged a civil war over slavery and states’ rights. Whether you explain that war in terms of the former or of the latter is still a sign, more than 140 years after it ended, of where your sympathies lie.” Se trata pues de un elemento constitutivo de la propia nación de los Estados Unidos, algo que lo hace especialmente sensible.
Inclán (2018) considera la guerra como un instrumento de control empleado por el capitalismo actual, particularmente en relación con la historia. Entre las diversas formas de destrucción del sentido histórico que Inclán expone podemos destacar: la toma de determinados eventos históricos como referentes, oscureciendo el relato completo; la ocultación de determinados hechos históricos; la concepción del presente como una sucesión de momentos (presentismo) sin continuidad histórica; la mercantilización del pasado a través de las modas vintage que recuperan un pasado desprovisto de significado histórico; la destrucción del paisaje cultural y natural que sirve de contexto a una realidad histórica; la pérdida de patrimonio cultural (por ejemplo, las lenguas que se extinguen). ¿Es la reacción contra símbolos culturales una respuesta a la supuesta guerra iniciada contra las comunidades subalternas?
Contrapunto final: ¿es la guerra el marco adecuado?
¿Es la guerra el marco en el que debemos dirimir estas graves cuestiones de nuestro tiempo o debemos acuñar o emplear otros conceptos? El empleo del término guerra tan significado a lo largo de la historia ¿puede ser empleado para los conflictos actuales sin riesgo de, por un lado, banalizar su significado ni, por otro, de vulgarizar la complejidad de las luchas actuales evitando descifrar sus más diversos matices e implicaciones?
Un ejemplo muy claro que nos puede ayudar a pensar esta cuestión es la aplicación de una terminología de guerra al caso de la pandemia de la Covid-19. Son muchos los textos que se han expresado en este sentido. Menciono por ejemplo el de Garrido Díaz (2020) titulado “Esto no es una guerra y la metáfora ya no vale”, donde critica su empleo en el campo de la medicina. La autora cita a Nie et al. (2016), los cuales indican: “The habitual use of militaristic metaphors and the violent language in medicine should be renounced because they profoundly undermine efforts to humanize healthcare.”
¿Es nombrar la guerra una forma de hacerla?
Referencias
Braidotti, R. (2009). «Transacciones: transponer la diferencia». En: Transposiciones. Barcelona: Gedisa. (pp. 69-138). ISBN 9788497842792
Butler, J. & Fraser, N. (2000). «¿Redistribución o reconocimiento? Un debate entre Marxismo y Feminismo». New left review en español. Traficantes de sueños.
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Dionne, E. J. (2006). “Why the Culture War Is the Wrong War”. The Atlantic. https://www.theatlantic.com/magazine/archive/2006/01/why-the-culture-war-is-the-wrong-war/304502/
Desilver, D., Lipka, M. & Fahmy, D. (2020). “10 things we know about race and policing in the U.S”. Pew Research Center. https://www.pewresearch.org/fact-tank/2020/06/03/10-things-we-know-about-race-and-policing-in-the-u-s/
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Garrido Díaz, S. (2020). “Esto no es una guerra y la metáfora ya no vale”. El Diario (1 de abril de 2020). https://www.eldiario.es/opinionsocios/guerra-metafora-vale_6_1012158781.html
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