Artículo de opinión publicado en el Ideal de Granada el 15 de octubre de 2020.
Me hastía el poco interés de la actualidad política en España. Ojalá tuvieran más visibilidad los debates sobre la estrategia de país, sobre el plan de reconstrucción, sobre los proyectos que debemos generar y cómo se han de llevar a cabo en los próximos años. Ojalá lo sanitario no pasara más que por una gestión rutinaria de los repuntes en la ola de contagios tomando medidas claras, coherentes y contundentes, con pedagogía ciudadana, sin mayor confrontación. Dedicar nuestros esfuerzos al enfrentamiento en el límite que marca la emergencia sanitaria es descorazonador.
En este país, hemos pasado en las últimas semanas del monotema catalán al monotema madrileño, de la «España fuera de España» a la «España dentro de España». Todos haciendo gala de la idea de nación como excepcionalidad para recibir más pero responsabilizarse de menos cuando vienen torcidas y es preciso hacer esfuerzos. Si en marzo se criticó que no se cerrara Madrid para evitar diseminar el virus, ahora hacerlo resulta inconcebible para aquellos que priman una idea de libertad como absoluto por encima del bien común. El Estado de Alarma se ha convertido en un absurdo tabú que solo debe valorarse por su capacidad jurídica para establecer una limitaciones que ya estaban vigentes. El mayor daño reputacional es el que se deriva de la inacción y la indiferencia.
Quiero expresar mi admiración y mi atención con la España silenciada, aquella que acepta con resignación y hasta heroísmo medidas de contención tomadas por gobiernos autonómicos sin ocupar las miles de horas de informativos y tertulias, las portadas de los periódicos, etc. Mi recuerdo, por ejemplo, con Orense, donde las medidas incluyen el cierre interior de los bares y la prohibición de reunirse con personas no convivientes. Mi recuerdo con León, Palencia, Linares, y con tantos otros municipios que deben ver con estupor como su ser españoles no da más que para aguantar el bochorno de cómo Madrid no puede sufrir restricciones.
Ayer mismo Granada se sumó a su manera a esta lista con unas limitaciones tan escasas como erráticas en sus implicaciones. Se circunscriben principalmente a restringir la presencialidad en las aulas universitarias, las cuales, con un aforo ya reducido en al menos un 50 por ciento, constituyen uno de los escasos espacios donde todos los jóvenes cumplen todo el tiempo con todas las precauciones sanitarias. Paradójicamente, ahora la minoría de jóvenes que no cumple estrictamente con las recomendaciones tendrá más tiempo para regresar a sus lugares de origen pudiendo contagiar a familiares o para seguir haciendo planes en bares u otros lugares de ocio, abiertos en todo su esplendor otoñal. Más allá de la efectividad de las medidas importan los mensajes sociales que se trasladan: en caso de emergencia lo primero que se toca es la educación, la universidad, quién sabe si lo siguiente serán las escuelas. Es más sencillo que limitar la restauración que es precisamente donde la gente se reúne sin mascarilla mediante. Toda una declaración de intenciones. Todo un reflejo de nuestro modelo económico.
Hay vida política más allá de Madrid, aunque nuestra actualidad granadina sea hoy un leve eco en la actualidad nacional. Hay vida política más allá del estéril debate de estas semanas y de las que vendrán, de las polémicas judiciales y de la Corona. No perdamos la fe y contribuyamos desde nuestro papel como ciudadanos a una política de acuerdos, constructiva y comprometida con el cuidado de lo común.