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La inteligencia de las instituciones: conocimiento, poder y democracia

Este artículo amplía y profundiza en en las ideas de dos artículos anteriores: «La inteligencia de las instituciones contra el próximo virus» y «Coronavirus: las respuestas globales y la inteligencia de las instituciones«.

Tras semanas de confinamiento, nuestra sólida cotidianidad se ha disuelto en el aire. Siempre estamos expuestos a tragedias individuales o colectivas, sin embargo la conmoción y perplejidad de estos días se va transmutando en la costumbre de una “nueva normalidad” a la que nos resistimos pero que acabaremos interiorizando. Hemos atravesado territorios de convivencia y de costumbres diarias que hace meses nos habrían resultado inverosímiles. Y todo ello lo hemos hecho a través de un estado reforzado y recentralizado, en estado de alarma, bajo el paraguas de una narrativa de conocimiento científico y de asesoría experta.

Todo ello nos enfrenta a un debate que abunda tanto en publicaciones académicas como en opiniones vertidas en medios y redes acerca de la naturaleza del conocimiento y de su forma de generación, debates de carácter ontológico y epistemológico que han situado a la filosofía y a otros saberes relacionados en primer término de un debate social compartido y no siempre pacífico. Abordamos el papel del conocimiento experto y el modo en que este se consolida en lo que podríamos denominar la “inteligencia” de las instituciones que nos gobiernan en un entorno de complejidad, incertidumbre, digitalización y desintermediación.

Para situar los hechos de los últimos tres meses y el modo en el que los discursos y las contradicciones se han producido hagamos un breve repaso internacional. China, ahora tan elogiada por haber sabido contener al virus, estuvo negando las evidencias durante mes y medio, habiendo provocado probablemente que la epidemia se extendiera a muchos otros lugares. El propio médico que alertó del coronavirus, tras ser represaliado por el gobierno por alentar “rumores”, murió en febrero víctima de la enfermedad. En Italia, a pesar de las medidas de confinamiento, el equipo de médicos chinos que ayudó a contener la epidemia en Wuhan alertaba de su falta de rigor en las medidas. Francia celebró la primera vuelta de las elecciones municipales cuando España ya estaba en estado de alarma. Ahora el país está en confinamiento y con un elevado número de víctimas. Francia, al igual que otros países más ricos que el nuestro, sufre desabastecimiento de mascarillas, de equipos de protección o ha tenido que evacuar enfermos a UCIs en Alemania por no poder atenderlos. En Reino Unido, con Johnson a la cabeza, se planteó en un principio un contagio controlado para inmunizar a la población rápidamente a pesar de reconocer el coste en vidas que esto supondría. En apenas unas semanas decretaron el confinamiento, siendo el propio primer ministro afectado por el contagio. Se critica la laxitud en obligar al distanciamiento social o la incapacidad para suministrar material sanitario; también la falta de definición de las medidas de desconfinamiento. Actualmente son el país más afectado en Europa por número de víctimas. España fue el segundo país europeo tras Italia donde el virus entró con más virulencia, con un gran número de contagios desde finales de febrero, alimentados probablemente por nuestra vida social y el buen tiempo en aquellas fechas. Cuando se contabilizaban unos 3.000 contagios se adoptó el estado de alarma con fuertes medidas de restricción de la libertad. Ahora mismo el país se debate en una especie de carrera de desescalada asimétrica por territorios. En Estados Unidos, su presidente, después de banalizar la emergencia, solo piensa en levantar las restricciones y reactivar la economía, pese a ser el país con mayor número de víctimas en valores absolutos.

Salvando respuestas de carácter populista y acientífico de algunos líderes como Trump o Bolsonaro, podemos comprobar cómo las respuestas globales de los diferentes países se parecen mucho entre sí. La fortaleza de las instituciones y del sistema científico ha contrarrestado en la mayoría de los casos los desvaríos presidencialistas. Así observamos como tanto instituciones nacionales como internacionales, de algún modo han hecho prevalecer un conocimiento experto a pesar de la confrontación política y de la polarización.

Para llegar preparados a estos retos imprevistos, debemos entrenar durante tiempo lo que podríamos denominar la inteligencia de las instituciones, que no es más que la capacidad institucional de responder a retos por encima de aquellas personas que en determinados momentos puedan liderarlas, un contrapeso a la pura arbitrariedad, en el caso de que esta se pudiera producir; pero también la capacidad de tomar decisiones y de alcanzar consensos y asumir responsabilidad más allá de los puros criterios técnicos. Salvo errores manifiestos cometidos por irresponsabilidad política, la institución debe ser capaz de responder en estos momentos decisivos. Y en gran medida, ahora mismo lo está haciendo. Frente al interminable coro de aquellos que ya lo sabían, de los recién descubiertos expertos en pandemias, de los hacedores de memes y zascas, pongamos el conocimiento de los expertos y la inteligencia del colectivo para desde la humildad que hoy todos nos debemos, sacar adelante esta situación.

Verdad y política: el papel de los expertos

Sin embargo es pertinente revisitar la clásica pregunta de cuál es el papel de la verdad en un sistema democrático. ¿Verdad y política? Claves distintas que han de aprender a conjugarse. Hay diversas visiones sobre el papel que el conocimiento experto juega estos días y va a jugar en el futuro.

Antonio Muñoz Molina publicaba hace unos días en El País una opinión con el revelador título de El regreso del conocimiento en la que señalaba que: “Por primera vez desde que tenemos memoria las voces que prevalecen en la vida pública española son las de personas que saben; por primera vez asistimos a la abierta celebración del conocimiento y de la experiencia, y al protagonismo merecido y hasta ahora inédito de esos profesionales de campos diversos cuya mezcla de máxima cualificación y de coraje civil sostiene siempre el mecanismo complicado de la entera vida social.”

Se trata desde mi punto de vista de una visión excesivamente optimista, como podemos observar conforme la epidemia remite y las medidas se flexibilizan. Los propios profesionales sanitarios, héroes hace unos días denuncian como siguen desprotegidos, cobrando incluso menos que antes de la crisis. El consenso de unos aplausos a las 8 de la tarde se ha convertido también en una controversia sobre el apoyo o no al gobierno que gestiona la crisis.

¿El conocimiento experto vencerá a las tentaciones populistas? Es una de la grandes batallas de nuestro tiempo.

Gilles Lipovetsky advertía recientemente de lo contrario: “Lo que sí pasará es que crecerá la desconfianza del individuo hacia los políticos dirigentes y el sistema sanitario y científico.”

Es importante ser capaces de transmitir la naturaleza del conocimiento científico, que no está exento de controversias y que por definición no es inmutable y siempre está sujeto a revisión. Algo de naturaleza infinitamente más compleja y profunda que la solidez monolítica de las consignas partidarias inmutables. La sociología de la ciencia nos puede ayudar a entender todo esto. Existe, por ejemplo, dentro de las dinámicas de la producción científica una inflación de trabajos en torno al Covid-19 que ha supuesto una rebaja de los estándares de calidad que hasta hace unos meses hubieran sido indispensables.

Muñoz Molina insiste en que: “La realidad nos ha forzado a situarnos en el terreno hasta ahora muy descuidado de los hechos: los hechos que se pueden y se deben comprobar y confirmar, para no confundirlos con delirios o mentiras; los fenómenos que pueden ser medidos cuantitativamente, con el máximo grado de precisión posible.” Sin embargo las fake news, la manipulaciones intencionadas, las desinformaciones, los bulos, son el contraste tenebroso a estos hechos, cuya propia naturaleza también merece un debate crítico.

El filósofo Daniel Innerarity afirma en su libro Una teoría de la democracia compleja que “la principal amenaza de la democracia no es la violencia ni la corrupción o la ineficiencia, sino la simplicidad”. Todo ello en un contexto de inmensa incertidumbre que, unida a una intensa digitalización, nos conduce a “una sobreexposición informativa que se ha visto plagada de noticias falsas, bulos, pseudociencia o teorías conspirativas, hasta el punto de que la Organización Mundial de la Salud nos ha declarado víctimas, no solo del coronavirus, sino también de la infodemia, es decir, de una sobrecarga de información no fiable que se propaga rápidamente entre la población”, como expresan Innerarity y Colomina (2020).

El papel de la esfera pública

José Luis Pardo reivindicaba, desde el pensamiento kantiano, el papel de la esfera pública como el espacio en el que todos con independencia de sus visiones de parte o de sus intereses particulares pueden desarrollar un “examen crítico de esos entramados de poder a la mera luz de la razón común”. Actualmente no concebimos una opinión que vaya más allá de la expresión de intereses particulares o locales, todo ello deriva de una idea de “sociedad como una concurrencia encarnizada entre intereses privados en la que se trata únicamente de elegir el bando que más convenga y comenzar a partir de ese momento a excogitar y a bramar mediante las consignas previamente cocinadas que a tal efecto han dispuesto los respectivos fabricantes de argumentarios”.

El conocimiento experto se acaba confrontando en esta esfera pública cada vez más depauperaba y estéril. José Luis Moreno Pestaña, Manuel de Pinedo y Neftalí Villanueva en «¿Quién teme al bulo feroz?« señalan que: “Si todo lo que somos capaces de hacer en este contexto es usar a nuestros expertos para desacreditar a los expertos del bando contrario, seremos incapaces de revertir la tendencia a la polarización.” Existe, como apuntan Innerarity y Colomina, una fragmentación de “supuestas verdades compartidas por unos usuarios, desconcertados o crédulos, dispuestos a diseminar una información que quizás sea falsa, pero alimenta una polarización real”.

La recuperación de la esfera pública como lugar de confrontación, diálogo y consenso debe ayudar a superar la polarización privatizadora de la razón. Así Adela Cortina hace una llamada a la recuperación del concepto de ‘amistad cívica’ de Aristóteles como una manera de restaurar vínculos sociales rotos. Sin duda, uno de los principales retos en los tiempos que nos esperan. Restaurar vínculos rotos, o quizá, desde otra perspectiva, aflorar los vínculos de la ciudadanía silente, vínculos opacados por el griterío de los “ciudadanos bots” polarizados, con el riesgo de acabar fragmentando realmente la convivencia social, que ya empieza a resentirse.

Muñoz Molina coincide también en este análisis: “El espacio público y compartido de lo real había desaparecido en un torbellino de burbujas privadas, dentro de las cuales cada uno, con la ayuda de una pantalla de móvil, elaboraba su propia realidad a medida, su propio universo cuyo protagonista y cuyo centro era él mismo, ella misma.” Sin embargo se muestra, como apuntábamos, especialmente optimista en cuanto al resultado: “Nos ha hecho falta una calamidad como la que ahora estamos sufriendo para descubrir de golpe el valor, la urgencia, la importancia suprema del conocimiento sólido y preciso, para esforzarnos en separar los hechos de los bulos y de la fantasmagoría y distinguir con nitidez inmediata las voces de las personas que saben de verdad, las que merecen nuestra admiración y nuestra gratitud por su heroísmo de servidores públicos.”

¿Será así?

Poder, democracia y totalitarismo

Verdad y democracia. Verdad, información y poder. Poder, democracia y totalitarismo. Cuestiones entrelazadas en nuestras disquisiciones actuales.

Diversos autores desde la filosofía, la sociología y la política han alertado del peligro del autoritarismo como resultado de los procesos de control instaurados durante la pandemia, así como de la limitación de libertades fundamentales para detener la propagación del contagio. Carolin Emcke avisa de que la pandemia constituye una “tentación autoritaria que invita a la represión” mediante el uso de tecnologías de extracción y análisis masivo de datos. Existe una fina línea entre un empleo legítimo de estas técnicas para el control de la pandemia y su empleo para perseguir y controlar a los ciudadanos. Debemos huir del dataísmo, como recientemente señalaba el Byung-Chul Han: “El dataísmo es una forma pornográfica de conocimiento que anula el pensamiento. No existe un pensamiento basado en los datos. Lo único que se basa en los datos es el cálculo. El pensamiento es erótico. Heidegger lo compara con el eros. El batir de alas del dios Eros lo acariciaba cada vez que daba un paso significativo en el pensamiento y se atrevía a aventurarse en un terreno inexplorado. La transparencia también es pornográfica.”

El conocimiento experto no puede soportar decisiones políticas que coarten la libertad una vez pasada la emergencia sanitaria. Todo ello debe hacerse desde una exigencia de que “las decisiones sanitarias sean tomadas de modo transparente, explicando sus fundamentos, y que las restricciones sean temporales, para que no se vuelvan coartadas para la vigilancia y la represión”, según afirma Emcke.

En esta línea, Josep Ramoneda alerta de cómo las referencias a un lenguaje de guerra apoyan justamente el refuerzo de posiciones autoritarias: “Existe un peligro importante para el día después y es que el miedo, que ha servido para forzar que la gente se confine acríticamente, siga vivo y comporte la aceptación de cosas que normalmente no se hubiesen aceptado.”

Uno de los debates más vivos estos días tiene que ver con el control y la libertad de expresión. Hay voces que alertan de un estado represor, sin embargo, como indican Moreno Pestaña, de Pinedo y Villanueva si consideramos que, en muchos países, la incitación a las revueltas o a la violencia, las injurias y las calumnias, los discurso de odio, están limitados legalmente, ¿podríamos afirmar que ya convivíamos con la censura en democracia? Parece arriesgado pronunciarnos en estos términos.

¿Cuál es el papel de la verdad en democracia?

Señalan Innerarity y Colomina que “aunque la democracia no tiene por objetivo alcanzar la verdad, sino la gestión de lo público con la contribución de la ciudadanía, la información y las narrativas compartidas son una precondición del discurso democrático.” Incertidumbre, digitalización y desintermediación han contribuido a una multiplicación de la producción de contenidos y, consecuentemente de la capacidad de impacto de la desinformación.

José Luis Moreno Pestaña, Manuel de Pinedo, y Neftalí Villanueva, en su artículo «Expertos: solo los míos son buenos» alertan contra la epistocracia: “Es tan común distinguir entre expertos fetén (los nuestros) y expertos esclavos de la ideología (los del enemigo) que solo por esto ya deberíamos estar alerta contra las llamadas a la “epistocracia”.” Esta se basa en “la tesis del gobierno de los expertos y la crítica de la democracia”, considerando que si esta debe existir, “debe guarecerse en el consejo de los verdaderos especialistas”.

Aquí es donde retomamos la idea de la inteligencia de las instituciones. ¿Cómo prepararnos para el futuro? Debemos entrenar con constancia la inteligencia de nuestras instituciones, asumir su complejidad y abordarla socialmente. Esta inteligencia es su capacidad para proporcionar soluciones y enfrentar retos de manera sistémica, de forma que nuestras instituciones públicas a través del conocimiento experto, de la mano de la ciudadanía y los responsables políticos que finalmente adoptan las decisiones, sean, como lo están siendo, nuestra principal barrera de contención. La solidez de las instituciones me lleva a pensar que la respuesta a la crisis sanitaria en nuestro país habría sido muy similar con independencia de quién gobernara, como así está ocurriendo en muchos países. El diseño de la respuesta sanitaria la proporciona principalmente personal especializado que conforma un núcleo estable de la Administración más allá de quien la gobierna. Cuanto más desarrollemos esta inteligencia institucional y cuanto más sólidos sean sus cimientos mejor podremos resistir a lo imprevisto. Esta se trabaja mejorando la agilidad de los procesos, la capacidad de respuesta y la coordinación de las administraciones, dotando de responsabilidad y reconocimiento al experto, abriendo las instituciones al conocimiento distribuido socialmente, proporcionando recursos materiales y humanos, conociendo los límites de nuestra acción, empleando tecnologías de forma ética para el análisis masivo de datos. Sin embargo el papel del liderazgo político no es menor. Precisamos liderazgos políticos capaces de un aprendizaje permanente y de asumir el coste y la pedagogía de lo complejo, así como una ciudadanía informada e involucrada en lo común.

Como señalan Moreno Pestaña, de Pinedo y Villanueva, ”aunque actuar al margen de lo que digan los expertos es suicida, ni en este ni en ningún otro contexto que involucre tomas de decisión de carácter político, la última palabra puede recaer en ellos.”

Debemos trabajar por innovar en la formas en que saber experto (ciencia) y poder político (democracia), acompañados del conocimiento distribuido que atesora la ciudadanía, se relacionan multiplicando su capacidad para tomar decisiones más acertadas y compartidas. Verdad y política. Ciencia y democracia. Y ciudadanía.

Son diversos los intentos de llevar esto a cabo. Mencionaré tres. El primero, la iniciativa #CienciaenelParlamento, una iniciativa ciudadana independiente con el objetivo de que el conocimiento científico constituya una de las bases para la formulación de propuestas políticas. Su objetivo es promover “una cultura política cercana a la ciencia y potenciar una actividad científica centrada en las necesidades de la sociedad”. El segundo, la iniciativa de los science shops, que son proyectos de conexión de la comunidad científica con la ciudadanía con el objetivo de proporcionar respuesta a los problemas sociales. El tercero, la red UnInPública, “Universidades por la Innovación Pública”, un proyecto que lanzamos los días 21 y 22 de mayo de 2020 a través de un Encuentro virtual, con el objetivo de identificar, conectar, analizar y difundir iniciativas universitarias de transferencia de conocimiento hacia el sector público a través de enfoques de innovación y participación que permitan incidir en una mejora de las políticas públicas. Si bien estas son iniciativas promovidas desde el ámbito ciudadano y científico, desde la política surgen otros proyectos que en forma de laboratorios de gobierno, promueven la innovación en las políticas públicas de la mano del conocimiento experto y de procesos abiertos y participados.

Este es uno de los grandes retos que enfrentamos en nuestras democracias en el corto y medio plazo.

Fotografía por Samantha Sophia en Unsplash

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Esteban Romero Frías

Catedrático de la Universidad de Granada. Vicerrector de Innovación Social, Empleabilidad y Emprendimiento. Innovando desde MediaLab UGR. Transformando desde ReDigital.