A vueltas con los temas de reputación digital en el ámbito académico
Fotografía por dadevoti
Mario Vargas Llosa apunta lo siguiente (la negrita es mía):
P. Usted ha sufrido el sensacionalismo.
R. Lo he padecido. Toda persona que es conocida hoy en día es irremediablemente víctima de la chismografía. Pasas a ser un objeto que ya no puede controlar su propia imagen. La imagen se puede distorsionar hasta unos extremos indescriptibles. Mucho más si haces política en un mundo subdesarrollado. Allí ya todo puede ocurrir.
P. Y hay un efecto multiplicador con las nuevas tecnologías.
R. Frente a las cuales te puedes defender muy mal. A mí me pasó una experiencia hace un tiempo en Argentina. Una señora me felicitó por un texto que me dijo le había conmovido mucho de homenaje a la mujer. Y yo le dije que muchas gracias, pero que no había escrito ningún homenaje a la mujer. Pensé que era una cosa que se había inventado ella o que se había confundido. Un tiempo después me mandan mi elogio a la mujer, que había aparecido en Internet. Un texto de una cursilería que da vergüenza ajena, firmado por mí y lanzado al espacio con motivo de no sé qué. ¿Cómo te defiendes contra eso? Es absolutamente terrible. De pronto pierdes tu identidad, porque hoy en día hay esos mecanismos que permiten falsificaciones de esa índole. A mí me parece bastante aterrador. Tampoco puedes dedicar tu vida a rectificar. Al final dejas de escribir, dejas de leer, para tratar de rectificar todas las falsedades, invenciones que te atribuyen. Eso es uno de los aspectos justamente de la irresponsabilidad que ha traído la gran revolución audiovisual.
P. Pero también hay que reconocer que el universo de Internet y las redes sociales permiten la exposición universal de un artista o de un pensador al instante.
R. Y burlar todos los sistemas de censura; eso es un progreso. Pero al mismo tiempo también es otra forma de confusión que tiene efectos muy negativos en la cultura, en la información. El exceso de información en última instancia también significa la desaparición de la discriminación, de las jerarquías, de las prioridades. Todo alcanza un mismo nivel de importancia por el simple hecho de estar en la pantalla.
Destacaría varias cuestiones. En primer lugar, el hecho de que popularmente se atribuyan textos a escritores famosos parece un clásico que se ha potenciado con el poder viral de las redes sociales. No es el único caso. Ha ocurrido también con Pablo Neruda, con Gabriel García Márquez y con Borges, por citar algunos. El caso de Borges es particularmente significativo porque el poema “Instantes” que comienza con el verso “Si pudiera vivir nuevamente mi vida” se atribuyó al autor poco antes de su muerte en 1986. Parece que dicho poema se remonta a los años 50 publicado en Reader’s Digest bajo el título “If I had My Life to Live over”. Hace 30 años no podíamos echar las culpas de los bulos (hoax, en inglés) a las redes sociales en Internet. Como Vargas Llosa apunta, debe ser “absolutamente terrible” que un texto cursi o de otra índole sea atribuido a su persona, acreedor de una merecida reputación literaria; sin embargo, no estoy de acuerdo con su queja: “Tampoco puedes dedicar tu vida a rectificar. Al final dejas de escribir, dejas de leer, para tratar de rectificar todas las falsedades, invenciones que te atribuyen”. Si nos ceñimos al caso de un texto atribuido falsamente, bastaría conque su equipo de colaboradores o conque los investigadores que trabajan en su obra estuvieran atentos a tales fenómenos mediante distintos tipo de alertas autómaticas que permite Internet y los desmintieran a través de cauces oficiales, tales como la web del autor. Bien es cierto que las mentiras pueden tener las piernas largas y que no siempre tenemos tiempo para verificar una información, sin embargo a buen seguro que también habrá personas ávidas de conocer la autenticidad del texto y dispuestas a darle publicidad para contrarrestar dicha información. A buen seguro que una reputación como la de Vargas Llosa bien vale que alguien vele por lo que se dice de él en Internet, sin que para ello tenga que dejar de escribir o de leer.
Al final volvemos al importante tema de la “identidad”. Vargas Llosa indica: “De pronto pierdes tu identidad, porque hoy en día hay esos mecanismos que permiten falsificaciones de esa índole. A mí me parece bastante aterrador.” Nos aterra esa posibilidad ya que las tecnologías hacen que nuestra imagen se refleje en múltiples espejos. No se trata de una enfermedad de nuestros días. Hay adaptar nuestras prácticas a los nuevos espacios donde convivimos. Es indudable por ejemplo que el eco en las redes sociales de su Nobel de literatura y de su emocionante discurso hubiera sido impensable en otro tiempo.
Vargas Llosa parece sostener una opinión un tanto pobre de Internet al reconocer como única virtud en la entrevista su posibilidad de burlar los sistemas de censura. Sin embargo, exagera sus efectos negativos señalando que es “otra forma de confusión que tiene efectos muy negativos en la cultura, en la información”. Internet ha permitido una reactivación de formas tradicionales de cultura y el surgimiento de otras nuevas, aparte de haber facilitado el acceso a la misma más allá de los modelos de distribución cultural basados en la copia física y en el uso excluyente de la misma.
Para Vargas Llosa, “el exceso de información en última instancia también significa la desaparición de la discriminación, de las jerarquías, de las prioridades”. Discrepo nuevamente. Es ahora cuando la capacidad de discriminar y priorizar se convierten en competencias clave para esta sociedad conectada. Ahora es cuando el ciudadano debe asumir su responsabilidad como receptor y productor de información y no simplemente confiar en el criterio de autoridad de quien la emite.
Actualización
El 21 de octubre de 2012 Mario Vargas Llosa publica en El País el artículo de opinión “La identidad perdida” en el que aborda estas cuestiones.